jueves, enero 04, 2007

"El Poder no me cambiará" (en recuerdo de C.J. Cregg)


Esas comillas fueron el principio, fue cuando cualquier observador poco misericordioso diose cuenta de que estábamos, sin lugar a dudas, frente a un aprendiz. Porque presumir que el poder no transforma es ignorar la literatura universal de los últimos cuarenta siglos y todos sabemos de qué pasta está hecha la literatura: nadie podrá encontrar certezas en ella, pero sí descubrirá la verdad de la debilidad, la pequeñez, el heroísmo, la duda, el crimen y la traición que persigue lo humano con sus claves íntimas al descubierto.

Primero, claro, fueron los trajes. El poder se asienta en su dignidad. Pone Kapuscinski en boca de uno de los súbditos del Negus: "el trono irradia dignidad, pero sólo por contraste con la sumisión que le rodea". Los buenos cortes, las corbatas finas, la combinación elegante y la visión que a distancia producen las buenas telas son el signo que los que deben por lo menos consideración con la fortaleza del poder perciben rápidamente. Un presidente de banco se distingue rápidamente entre los empleados de sus oficinas; un traje bien cortado crea una diferencia en el aura insuperable.

Luego pudo venir el cansancio de los focos. Los súbditos están pendientes de los oídos del Príncipe. Todos quieren que su interés sea reconocido por quien tiene el poder de hacerlo posible. Descubres que tus palabras tienen consecuencias terribles e imprevistas desde los buenos sentimientos: cada sílaba se analiza buscando un mensaje críptico, la elección de un favor o una facción. Cuando aprendes a callar, compruebas que de todos esos chismes, problemas, decisiones que tienen su importancia y de las que no tienes el más remoto conocimiento de cómo abordar, se resuelven solos. Tu silencio hace que las personas de alrededor hablen y hablen sin conocer tu juicio y una solución se vislumbra por sí sola.

Y piensas en tus hijos. Tus hijas. Una vieja socialista, ya no recuerdo cuál, resumía la saga de los años del cambio en la mirada anhelante de uno de los hijos más pequeños de Felipe González y recordaba el tiempo que no les habían dedicado, que habían perdido, la desasogante experiencia de ver como su destino escapa de tus o de sus manos para estar atrapados en una mundo que pone en ti todos tus ojos y no te deja ser tan absurdamente vulgar, tan vulgar como lo que todos los demás no quieren ser. Y buscar el regugio, el tiempo, la lejanía, huir del miedo de saber de que tras tu teléfono no hay nadie más, de que todos piensan que sabes lo que hay que hacer. Y ya te gustaría.

Fraga estaba cazando y se quedó cazando mientras el petróleo volvía negra Galicia. Aznar no anduvo más raudo. Dicen que Loyola de Palacio, q.e.p.d., le advirtió a Josemari "que cuando se produce una desgracia los ciudadanos necesitan un abrazo, no sólo que se les abra la chequera". El Príncipe papá, el tío de la nación, de todos sus ciudadanos, ese Miterrand abuelito y moribundo en secreto que ha aprendido a estar por encima del bien y del mal y aparenta ser sabio al seguidor.

Schröder se calzó unas botas de goma y se fue al borde de las orillas de los ríos mientras Alemania se inundaba. Algo hizo, porque acción real, paladas de tierra, no puedes hacer, o sí, pero son un grano de arena. Todas las televisiones estuvieron detrás de él y terminó ganando unas elecciones que tenía perdidas. Fue el Rey de esta nuestra república imperfecta el que marchó a Galicia y puso el abrazo: ¿fue eso lo que previeron los padres de la Constitución? Mientras, José Luis está en Lanzarote, seguramente cumpliendo el deber con sus hijas, consciente de que, en realidad, lo que puede hacer es casi nada. La plebe, mientras, grita ¿dónde está el padre? Mariano corre raudo al aeropuerto y mira, observa, sabedor de que tampoco puede hacer nada, pero obediente al saber que tiene que ser visto allí: ¿ha sabido sacarle el jugo?

Jed Bartlet, el presidente teatral de El Ala Oeste, es empujado a marchar - resistencia inicial, graves asuntos aflijen siempre a la patria - a consolar a las víctimas de un tornado. Si el episodio se redactó antes o después del Katrina, es indiferente, ya saben la capacidad de realidad y ficción de entremezclarse para hacer a la realidad más fascinante. Una vez cumplido el ritual, el presidente, que es un ser humano y éste encima es demócrata y, por tanto y como todo el mundo sabe, ha de ser mucho más sensible y humano, queda sobrecogido por la tragedia y el dolor y decide seguir allí, aquello de que uno siente que ha de estar "con su pueblo".

Los días pasan, las obligaciones del Presidente se retrasan, los quebraderos de cabeza de mover un montón de periodistas, fontaneros y agentes del servicio secreto se vuelven inmanejables y contraproducentes. Es C.J. Cregg, su secretaria de prensa, quien violentamente y saltándose la reverencia al poder poco menos que le conmina a salir de allí. Es en el Air Force One donde se produce el clímax. Un atribulado Bartlet dialoga, casi increpa, a C.J. acerca de la situación, reclamando su derecho a la compasión. C.J. vuelve a perder el respeto y le dice que allí no hacen nada más, que hasta los hoteles que ocupan quitan sitio a las víctimas y que su puesto está en Washington enfrentándose a los problemas. "I need you to lead us", le dice enfáticamente, y la palabra lead resalta hasta el punto de abrir los ojos de Bartlet.

Mariano no se sabe si lo intentó, pero allí estaba. José Luis esondido en su escrúpulo, el que probablemente le diga que no es su labor hacerse la foto al lado de la desgracia mendigando un voto, puede que la de un tipo que, como yo, deteste las fotos de políticos besando bebés, llegó tarde a consolar a los parientes de unos pobres ecuatorianos que, sin querer, pasan a héroes de la nación. En mis primeras investigaciones sobre eso del liderazgo me fui a una edición probablemente algo antigua del María Moliner. La definición de líder ofrecía un panorama desolador: "mandatario extranjero". La búsqueda de equivalentes en castellano me llevó a mando y mandatario, caudillo, jefe, patrón, pero nunca encontré el sentido inspirador, de seguimiento voluntario que el término lead ofrecen los diccionarios de inglés. Mal asunto si tu propio idioma carece del concepto, difícilmente sabrás lo que es. Albert nos dirá si en mapuche o en catalán andamos mejor. Pero recuerdo que Pujol inventó un término para hacer que el pueblo le entendiera: "hacer pedagogía". Me suena insuficiente.

No es ya si vas o no vas a las ruinas, si paseas en helicóptero por los bosques incendiados, si abrazas a las viudas o lloras delante de las cámaras. Es hacernos entender que estás al cargo y conteniendo a la par que manejando nuestros sentimientos. Quizá es algo innato, como el momento de gloria de Aznar al salir caminando erguido de su propia bomba y, sin ayudas, camillas y muletas, entrar a pie en el hospital. No se sabe si esa lucidez, ese segundo de prestancia del héroe se le repitió. Woody Allen decía "eighty per cent of life is timing, and the rest is showing up", que en cristiano es aquéllo de saber estar cuando hay que estar. Mariano no llena el escenario cuando busca la foto, José Luis se ha perdido en su duda. All the world is a stage, dijo el buen Shakespeare. Los intérpretes no se han enterado.




P.D.: Sobre la mayoría de edad del Príncipe. Ahora va a enterrar sus primeros muertos, los primeros caídos por la patria: les hacen españoles, les pondrán una medalla en el ataúd, los parientes tendrán una pensión. No habrá sido en vano, pensará alguien. El próximo puede ser un Guardia Civil. Con el nudo en la garganta, seguramente descubres que trabajas para todos y no tu facción. La vida, como la de un adolescente que aún sueña con cambiar el mundo, empieza a mostrarle sus hechos irreversibles. No, definitivamente, ya no es un aprendiz. Veremos como es el senior.