Esta es una corriente de pensamiento inconexa, puede que puro psicoanálisis, una delicia para mis seguidores enamorados de mi propia inconsistencia y debilidad, el producto de una tarde-noche larguísima de concienzudo trabajo profesional y un ambientador en forma de emepetrés: que me tropiezo con fósiles vivientes y se me mueven los rescoldos de una memoria antaño prodigiosa (buh, bah, al menos sorprendente para los vecinos), y doy con Gabriel Celaya disfrazado de Paco Ibáñez que se desgañita diciendo España, en marcha, una terminología de lo más marxista como es propia de un comunista de toda la vida, aunque fuera capitán de gudaris de Bizkaia (así, en legítimo euskara) y me da por pensar la panda de torpes que son los españoles, que sólo unos son españoles y otros sólo tienen pasaporte:
Nosotros somos quien somos. ¡Basta de Historia y de cuentos! ¡Allá los muertos! Que entierren como Dios manda a sus muertos.¿No querían himno, no querían letras? Ahí tienen, el tipo más español del mundo, vasco de Hernani, comunista y republicano, la antiespaña y la antieuskalherría toda a una como en Fuenteovejuna. ¿No es la nación poesía, mito y emociones? Ni leyenda saben encontrar estos españoles de sus propias tripas: vendrán a decirme que me envuelva en banderas y que ame al rey católico, al borbón y al marido de Isabel, tanto monta, monta tanto, y me dirán que me sienta orgulloso de la patria y de sus memorias y yo les contaré que la memoria me dice que era la boca de Luppi en Un Lugar en el Mundo la que decía que la patria era el sitio del que no te quieres marchar, y que yo no quiero salir de mi cocina.
Españoles con futuro y españoles que, por serlo, aunque encarnan lo pasado no pueden darlo por bueno.Cerrad - otra vez - con siete llaves el sepulcro del Cid, tirad por la borda el Valle de los Caídos y la peluca de Carrillo, la sangre de Paracuellos y la checa, la foto de Marcelino Camacho con el jersey de cuello alto - mientes, y tu lo sabes - y olvida ese rato en el que fuiste comunista sin saber por qué. Sesentones: no podéis ganar la guerra que perdió vuestro padre. Cuarentones: cantabais vamos a la cama con el parkinson de Franco. Veinteañeros: ni imagináis lo que era esto, qué mierda contáis de la dictadura.
Cantad, cantad, malditos. Volved a ver Tierra sin Pan y las películas de Martín Patino y decidme que no sentís que son angustias arrancadas del pleistoceno para sumergir en frascos de formol con una etiqueta que dijera "monstruo extinto, sin necesidad de salvarlo del calentamiento global": tótems y batallas de abuelos mentirosos, o demasiado avergonzados, o muy desengañados, o muy carentes de justificación. Os quedan por despeñar la ciudad de Cádiz pintada con colores luminosos e ilusión revolucionaria, el nieto del árbol de Guernica de verde tierno y sin sombra para los junteros, la retórica estética del regodeo en el modernismo. ¿Para qué? Para nada, para tener la fiesta en paz.
(esta noche hablaba con Nueva York, ayer con Los Ángeles, con un uruguayo casado con una belga, que tiene un socio gringo, que tiene un padre en Texas y una familia rica, que han echado a un judío errante que ha dilapidado su fortuna, que ahora recorre Etiopía en busca de café y no del Rey Salomón, que se llevó un pedazo de mi prestigio, y yo le contaba al uruguayo que conozco un tipo en Sevilla que tiene algo que podemos llevar a San Francisco y él me dice que ha fabricado un gadget que seguro que funciona entre latinos, que dice que es lo que es él, y que hay tipos que cambian el mundo sin habérselo propuesto y sólo se han entrenado en matemáticas sin muertos que vengar)
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