lunes, noviembre 26, 2007

Extraños en el paraíso



Aunque sólo sea la promesa del paraíso venidero o el estado de angustiosa búsqueda de Arcadia felix. Tropiezo con unas frasecitas de Josu Jon, el caído que nadie sabe por qué ha sido, que debo suponer que están bien reflejadas si esa vieja práctica del periodismo que es reproducir un boletín de agencia se hace con la menor creatividad posible, aún tratándose de un medio con propensión a la recreación:
...el PNV no debe ser solamente un partido nacionalista y ha insistido en que "no puede ni debe olvidar que el humanismo es otro de sus grandes valores, con la prevalencia de los derechos individuales de las personas ante cualquier otro valor o derecho". "Porque como decía Irujo -ha agregado- el fundamento de todo derecho es, en primer lugar la persona, y no las instituciones o la patria.
Esto, señores, plantea un problema teórico del carajo, porque si los derechos individuales están antes que las instituciones o la patria, ¿has dejado de ser nacionalista?. Seguramente, sí. Si te lo crees. ¿Cómo haría entonces un partido que se llama nacionalista y que se apellida vasco para mantener su coherencia? Una solución es echándote a patadas.

Curiosamente, el partido que mejor antagoniza lo que es esa iglesia conocida también como el partido de dios y las leyes de la tradición, ya saben a cual me refiero, tiene como apellido de sus órganos directivos la palabra nacional adosada sin ningún tipo de prejuicio. Es la curiosa coincidencia que mantienen los antagonismos al elegir su etiquetaje. Arriesgadas declaraciones las mías, pues seré atropellado al grito de equidistante.

Alguno se frotará las manos pensando en que Josu Jon se convierte en bueno para dejar de ser malo. Claro, eso depende del concepto de bueno o malo que se tenga. Porque si bueno es el que rectifica sobre la patria elegida, tengan cuidado con los aplausos: si se es libre para estar por encima de la patria, quiere decir que uno puede elegir la patria que le convenga no la que le impongan, sea ésta una elección íntima o una elección de muchos. O en otras palabras que suelen causar una cierta repugnancia, a pesar de su pulcritud, entre abanderados de la libertad: si tengo derecho a elegir zapatos, si tengo derecho a elegir comerciar con Ruanda, ¿por qué no tengo derecho a elegir sector público, más allá de elegir residencia? Va a ser que sí, que es bueno.


(Calentura intelectual: podemos reinventar el estado y llamarlo estado flexible. Uno que engorda y adelgaza a conveniencia de las circunstancias, que elige proveedores pero que no produce, que puede cambiar la asignación de sus servicios de una autoridad legítima a otra sin más que un apunte informático, uno que desmenuza sus prestaciones de forma que, en el colmo de la racionalidad, lleve a sus votantes a elegir que su educación en Calahorra se la lleve la Comunidad de Madrid, que no lo está haciendo demasiado mal, y que su gestión urbanística se la lleve el Ayuntamiento de Vitoria, que tiene buenos éxitos. Uno, por ejemplo, que pueda hacer simple decidir que hoy soy Castilla y León y mañana León sólo y Castilla sola y que pasado mañana permite ser León y Castilla o Asturias y el Ampurdán. O el Milanesado con el Algarve. O mi barrio con Lisboa. Desprovistos de patrias, los políticos, esos nuestros representantes, pueden dedicarse a adquirir legitimidad y especialización. Esto, seguramente, le recordará mucho a Mapuche a sus redes sociales. En definitiva, es lo que es. Y eso entronca también con la dualidad de las identidades digitales y las físicas. La búsqueda de ideas presuntamente nuevas tiene sus posibilidades e inconvenientes operativos para descubrir que trae nuevos/viejos problemas. Pero eso no es lo importante. Lo imperecedero es que, después de todo, hay puntos esenciales que son los mismos: ¿están los derechos individuales por encima, si es que existen, de los colectivos?)