jueves, noviembre 22, 2007

Escándalos a estas alturas



¿Es el asombro una manera de proclamar una traición? ¿Puede verse la realidad, si se quiere tener ciertos visos de afrontarla, como el cuento de Vellido Dolfos? ¿Asombróse un portugués de que en Francia todos los niños hablan francés?. Muy serio, el periódico italiano de Pedro José intitula de esta guisa: "Escándalo silencioso". Nada menos que una sorpresa de este calibre:
Los libros de texto eluden en Cataluña y el País Vasco la palabra 'España'
Sin duda, motivo de asombro. La única verdadera razón para frotarse los ojos es que, no sé cómo decirlo, ¿el centro, los españoles, la meseta, la escandalera madrileña? se perpetúen en flajelarse - y van treinta años de corrido - con la realidad que te da de bruces. "La consagración del avestruz" sería un buen título para un libro de historia que destripara el pensamiento político/territorial/folclórico de socialistas y populares, en comandita con periodistas pontificantes, de todo esto que empezó con poemas de Miguel Hernández y canciones de Serrat. Quizá, me diga Mapuche, que debiera más bien ser el título de mi primera novela masoca-satírica del mundo en que vivimos.

Puede que en la ignorancia y ausencia de literatura adecuada en los primeros años de esta generación constitucional (que treinta años no son nada, un soplo, una anécdota) pueda justificarse el grito en el cielo. Pero no querer darse cuenta ahora de que la razón de ser de partidos que se proclaman nacionalistas es construir naciones alternativas, y que suelen ganar sus elecciones o, porque puede que no sea lo mismo, el gobierno de los sitios que llaman proyecto de país, escenarios de sus reconstrucciones y motivo de su fe, resulta simultáneamente mediocre y cansino.

El escándalo viene acompañado de reacciones furibundas: antiespaña, traiciones, recuerdos del guerrero del antifaz, vocabulario mordaz y mendaz. Las personas reflexivas y educadas suelen llegar, todo lo más, a aferrarse al noble y sin duda legítimo cuerpo teórico que organiza la igualdad ante la ley, la nación, la discusión jurídica de los conceptos de soberanía y autodeterminaciones. De ahí se pasa a la indignación y hasta el goce intelectual de descubrir la terrible pobreza del argumentario ideológico-teólogico-teatral de respetables señores que parecían otra cosa. Pero no se repara en que nada cambia el fondo de las cosas y que la verdadera cuestión es la definición de todos.

Hay quienes consideran hablar de la cuestión de todos como un dar la razón al argumento metafísico. Ahora que Pujol es un jubilado famoso y comienza a publicar sus memorias, aparecen párrafos del pensamiento profundo: es curioso ver cómo hombres inteligentes se aferran a juguetes intelectuales tan primitivos. No es el único. Lo peor es hombres mucho menos inteligentes aferrados a los mismos juguetes primitivos. Déjenme que anote, porque aquí, en este todos, siempre hay que puntualizar y poner más de un ejemplo so pena de ser sospechoso, que el argumento vale para Josemari: pueden ponerlo según su gusto en la categoría que quieran, la de los inteligentes o en la de mucho menos inteligentes.

Son precisamente esos juguetes primitivos los que, con su hedor apestoso, nublan la evidencia y no permiten diferenciar el mal olor de la cuestión esencial, la que no tiene cuestión ninguna: que de lo que se trata es de hablar, quizá sólo hablar, tal vez decidir, de quiénes somos todos. Al negar esa posibilidad se le llama tabú, y los tabúes son elementos metafísicos tan apestosos como los argumentos esenciales (de esencia) de quienes te dicen que ellos no son del mismo todos. El escándalo es el síntoma de la violación de un tabú y los tótems no son más que postes que quedan descoloridos por la lluvia y derribados por el tiempo.



(P.D.: por provocar... ¿si Vellido Dolfos fuera un cuento catalán tendríamos a Carod subvencionando cómics del asunto? A ver si me pillan por donde voy, que me juego que no)