Se llama Josep Lluis. Y es una falta de respeto jugar con su nombre bajo el absurdo de que no se entiende catalán. Todo el mundo intenta con más o menos acierto llamar a actores y futbolistas internacionales por su nombre, con resultados expresivos variopintos: eso es lo de menos, lo que cuenta es que uno tiene el derecho a llamarse como le dé la gana.
Seguramente el joven aguerrido de Valladolid que debió pensarse heroico y original con la cuestión no sabe que el franquismo que no condena Mayor (o que pretende explicar sociológicamente con pésimo acierto en lo que se refiere a la oportunidad, el sentido del voto o ciertas aspiraciones a un liderazgo determinado) obligaba a la gente a inscribir sus nombres en castellano. Seguramente el joven que pretendía pasar por vindicativo frente al patrioterismo nacionalista ignoraba, para caer en lo mismo, que era una forzada costumbre social obligar a poner el nombre en castellano en las tarjetas de visita de las empresas. O que sigue habiendo cachondos que consideran que es indiferente llamar Joan o Juan (los hay que les da igual, depende del ámbito y las formas en que se inician las relaciones y tantas cosas de la vida privada) por el mero hecho de que a un servidor - es decir, no yo, sino el ejecutante - piense que está en posición de poner nombre a los demás.
En fin me dirá alguno, un mediocre no hace molino. ¿Un mediocre? En cualquier caso cabe esperar que sea más de uno los que han reído la gracia confirmándose una realidad sociológica más o menos amplia, más o menos mayoritaria en el panorama de la España castellana, la del desprecio a la lengua catalana y sus habitantes que viven y emplean esa lengua gracias al acentuado mecanismo ideológico de que en España se ha de hablar español y lo de las otras lenguas sólo es una forma de joder. El mediocre además ha ofrecido la prueba palpable que Carod esperaba para demostrar lo que quiere demostrar, que en España somos - ellos, maldito mecanismo ellos/nosotros, chimpancés sueltos en competición - despreciados y, por tanto, para qué seguir. Las naciones se hacen con la pasta de las emociones, parece que no hay otra, y Rajoy apelando a una bandera que dice que significa derechos ciudadanos frente a tribus: a ver si tiene cintura y le dice al mozalbete, presunto elector, que se meta la ignorancia por donde le quepa. No, esto sería astucia, no lo espero. La verdad es que no lo he esperado nunca (¿de qué sirve un gobernante que no sabe leer y entender los sentimientos de sus conciudadanos? Seguramente, para el basurero de la historia: Carod lee perfectamente los de los que quiere como suyos, Pujol era capaz de manejar muy hábilmente los de los suyos y los de los ajenos)
Todo esto no quita para que el señor Carod no sea en sus actitudes equivalente al vallisoletano día sí, día no, ni que defienda memeces, chorradas y peligros. Pero también dice, él y su partido, cosas que son verdad: como que quemar fotos del rey no debiera, no puede, ser delito. Y esa es la otra vez que le di la razón.
(En ERC se frotan las manos, todo internet, todos los mails que se cruzan las listas de amigos repletos del defensor de la identidad frente a la horda. País.)
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