viernes, octubre 12, 2007

Guevara, El País y nosotros



¿Cómo tratar desde una mente que aspire a la ecuanimidad o que tenga la osadía de proponerle a sus lectores que huyan si son frívolos, dogmáticos o extremistas las cosas que lee o ve en ese diario que es tan buen periódico pero que ha pasado de una defensa de ideas respetabilísima, y en sus momentos iniciales honestas, a ser una máquina de coacción y propaganda en función de intereses contrarios al público que favorecen su cuenta de resultados a base de ventajas inmorales?

Si escribe un editorial que este crítico autosuficiente hubiera querido escribir él mismo e incluso en las mismas páginas sin quitar una vocal o una coma, ¿se vuelve bueno súbitamente? ¿ya es recomendable? ¿debe analizarse como esa necesaria depuración ideológica de esa cosa llamada "ser de izquierdas", tan de fe, de esos elementos supersticiosos que contiene el conocido como "progresismo", único compromiso que el periódico tiene de acuerdo con el gran aborchornado que es en este momento su fundador, el señor Cebrián?

No hay medio de presunta izquierda, ni siquiera de presunto centrismo que haya reflejado mejor lo que es la revisión de Ernesto Che Guevara. Ni siquiera mejor que las interpretaciones repletas de combatividad desde la digitalidad de la presunta derecha:
En realidad, la disposición a entregar la vida por las ideas esconde un propósito tenebroso: la disposición a arrebatársela a quien no las comparta. Ernesto Guevara, el Che, de cuya muerte en el poblado boliviano de La Higuera se cumplen 40 años, perteneció a esa siniestra saga de héroes trágicos, presente aún en los movimientos terroristas de diverso cuño, desde los nacionalistas a los yihadistas, que pretenden disimular la condición del asesino bajo la del mártir, prolongando el viejo prejuicio heredado del romanticismo.
Curiosamente, esto es ETA, el IRA, Hamás. Curiosamente nadie quiere explicar la sangre derramada y los fusilamientos indiscriminados y sin nada que pueda llamársele garantías jurídicas de los primeros meses de eso llamado pomposamente y veneradamente revolución de los que fue cómplice y coautor Ernesto Guevara.

El diario que, según algunos redactores y de acuerdo con los mentideros, se está derechizando por escribir cosas como ésta (vaya, el análisis de las tendencias totalitarias es un pecado que no existe si se enarbola la bandera roja, seguramente por esa osadía de creer que está purificada porque pretende aspirar moralmente a la justicia y por la más osada creencia de que sólo unos aspiran a la justicia). Mirando desde el mundo de las ideas y hasta una cierta sociología, el diario mejorará su camino el día que un equivalente al Ekaizer de turno, ese Torquemada científico y de papel, ponga su misma ciencia en revolver los recovecos criminales del mismísimo Fidel Castro y, no digamos, de Raúl Castro, hermano por la gracia de la genética, que los de ese espantajo conocido como Augusto Pinochet Ugarte. O a preguntarle a su colaborador Gabriel García Márquez por qué no escribe ni una palabra de esos asesinatos o hace un retrato tan bufonesco de los dictadores con charretera tan latinoamericanos del loco delirante de los discursos de seis horas y su caterva de cooperadores necesarios.

Pero seguramente es mirar la botella medio llena:
El hecho de que el Che diera la vida y sacrificara las de muchos no hace mejores sus ideas, que bebían de las fuentes de uno de los grandes sistemas totalitarios. Sus proyectos y sus consignas no han dejado más que un reguero de fracaso y de muerte, tanto en el único sitio donde triunfaron, la Cuba de Castro, como en los lugares en los que no alcanzaron la victoria, desde el Congo de Kabila a la Bolivia de Barrientos. Y todo ello sin contar los muchos países en los que, deseosos de seguir el ejemplo de este mito temerario, miles de jóvenes se lanzaron a la lunática aventura de crear a tiros al "hombre nuevo".
Uno de mis sobrinos postizos se fue este verano a seguir la ruta romántica del Che en su juventud. Sospecho que no le encontró. Pero puede tener de bueno que se encontrara a sí mismo al salir de casa y arrojándose a ver el mundo.

Bueno y de El País, ¿qué?.