La fatiga me lleva a observar los aconteceres con calma. Incluso son capaces de aumentar mi soberbia y cinismo. Permite probar más allá de toda duda que este diario, como todos los diarios, son un ejercicio de egolatría bárbara (argentinismo) que gracias a la técnica moderna se pone al alcance de los mortales.
La tranquilidad cínica del mirador cansado y distanciado me lleva a percibir al Presidente Rodríguez más vulgar que nunca en sus cualidades de estadista. Me cuesta pronunciarme aún acerca de si el falso nudo gordiano planteado por el partido gobernante es cierto o no. El de si su (des)leal oposición es más o menos (des)leal que la ejercida por el gobernante en sus días de pizpireta oposición. No sólo porque es la cuestión falsa, si no porque probablemente ni es comparable ni tenemos todos los elementos de juicio.
En estos últimos días de dolor postrado (es duro comprobar como el cuerpo marchita desde la inmortalidad juvenil) escuché en una televisión lejana los gritos del Presidente Rodríguez casi desaforados, uno diría que producto de la herida y el agobio interior, sobre su determinación de continuar con su paz. Ayer la comidilla era el video de propaganda (todo lo que hace y dice un partido es propaganda) sobre la comparativa de una tregua y la otra tregua: creo recordar que en su día alguien se apresuró a decir que era una tregua-trampa y no fue José Luis. Pero como dije, es lo de menos saber quien tiene razón.
Lo de más es darse cuenta que José Luis ha elegido hacer su paz en contra, a pesar de, pasando por encima de, sin consideración con lo que se puede decir que es más o menos la mitad del país. Algún listillo de la red, dice que en contra de las opiniones de alguno de su partido y su gobierno. Y esta es la clave cínica que me permite decir, con mi soberbia de conversador público con púlpito a medida, que José Luis fracasa como estadista: sea tanto si la (des)leal oposición es tan (des)leal como debe ser, o si lo es muchísimo más; sea tanto si se consigue una paz cualquiera como si no se consigue, lo que no puede hacer un hombre de estado es hacer una paz que deje el país resquebrajado, una paz que deja huérfana y con sentido de abandono a la otra media. Peor: con votantes de cada bando enfrentados entre sí.
La confusión permanente del diputado de segunda ascendido a los cielos reside en que la bondad de los fines no sustituye la calidad del resultado. Es como esos futbolistas que fallan tiros y pases y el comentarista televisivo saluda con ese punto de elogio que es decir "la intención era buena". Los fines han de ser, por supuesto, "buenos" (qué será eso), pero la tasa de errores sólo puede ser aceptable en su comparativa con los aciertos. Y hasta ahora el único acierto verdaderamente rotundo es probablemente una casualidad: que Solbes sigue ahí.
(Anécdota: en la medida que la fatiga mental, ese otro nombre de la pereza, me asola, en algún lugar veo que los indios mapuches protestan porque la empresa del hombre de las gafas gruesas, el ex-niño Bill Gates, se apropia de su lengua al traducir el funesto windows al susodicho mapuche: me acordé de Albert, claro, compañero sanador de intelectos, y seguí pensando que tengo pendiente hablar con él de lenguas de trapo)
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