Un rabino sumergido en Jerusalén se encuentra aterrorizado porque las faldas, las mangas, las telas de licra muestran los cuerpos y destruyen la modestia. Un infarto terminaría con su vida tras un paseo por La Habana, residencia de un tal Fidel Castro conocido por haber encerrado homosexuales en condiciones poco dignas además de fusilar de vez en cuando a ladrones de chalupas, disidentes y otras especies. Algo parecido a los Señores de Persia, que muestran su gusto porque los mismos sarasas pendan de sogas al viejo estilo del señor Lynch. No mucho más allá, unos cuantos hermanos de su fe dan por quemar banderas danesas por el sacrilegio de representar la figura de Mahoma y hacer una opinión de ello. Casi se nos olvida que, también en Persia, un viejo sacerdote condenó a muerte, sin juicio ni cualquier otro atenuante, a un escritor por una osadía similar. Un señor de hábito blanco que vive en Roma manda a sus secuaces a decir que no le hace ni puta gracia que la televisión se mofe de él. Sus hermanos en la fe españoles son propietarios de una emisora que despliega todo tipo de opiniones y comentarios más o menos acertados o insolentes sobre sus rivales políticos. Los dardos llegan a los islamistas fanáticos, pero también a los Rubianes grotescos/groseros. Esos rivales políticos, ofendidos ellos, quieren cerrarles las emisoras asegurando que la verdad no es su santo y seña: no soy el primero que lo digo, pero qué bellos recuerdos de 1984, esa parábola. Hay quienes dirán la gran distancia que separa a los cabreados, censores y a los condenadores a muerte. Seguramente, no tanta. Los fuegos purificadores reaparecen en cuanto hay tolerancia social para ello. Unos ¿sacerdotes? (pongamos que es sacerdote todo el que se sube a un púlpito y tiene un hábito, aunque sea una bandera roja) encuentran en la antorcha y la espada una pulsión purificadora inspirada por lo divino. Todos te recuerdan que las palabras no matan cuando su condición minoritaria les arroja a la crítica superviviente. Todos juntan madera para las hogueras en cuanto prevén que su paraíso está cercano.
¿Es el espacio que media entre la resistencia y la hoguera la oveja de Franklin?
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