Estimado Sr. Felipe de Borbón y Grecia:
Soy republicano, pero no se asuste: ni deseo que le corten la cabeza ni pretendo que le remitan al exilio. Sólo pretendo sembrar en usted la semilla para que germine su libertad interior y brote hacia el exterior.
¿Sabe una cosa? A mí me parece que usted, que ha tenido una educación de élite, que no parece haber sido educado como un niño mimado, que a pesar de la transcendencia de la institución tampoco ha vivido en una jaula de cristal ignorando el mundo; usted que ha viajado, que tiene un tío exiliado que no es más que rey en el papel; usted que se observa cada mañana en la ducha y que no encuentra nada distinto de sus guardaespaldas que pueda llamar la atención salvo que, probablemente, es más alto que sus matones… Usted, digo, seguro que más de una vez se ha hecho una pregunta evidente: si la monarquía es algo con sentido.
Supongo que hasta ahí lo admitiría en público, pues es un hombre del siglo XXI. ¿Quién no va a admitir que convive con la duda, con la reflexión permanente, con el incansable debate por encontrar mejores respuestas? ¿Quién no aceptaría hacerse una reflexión que, de no hacerse, le haría pasar por un estúpido? Por supuesto que se la ha hecho y que lo admitiría, es lo mínimo que podría hacer si se encontrara con el cuestionamiento – algo imposible de evitar, estamos más allá del 2000 – sobre su trabajo, porque hasta los británicos se han permitido el lujo de llenar el país de encuestas sobre la función y la validez de los monarcas.
La diferencia es que yo creo que usted se ha contestado de una forma inusual. Que es usted plenamente consciente de que se trata de una majadería y que sólo su sentido del Estado le lleva a “soportar la carga”. Es más, seguro que se autoconvence de haber tomado la decisión correcta en su vida por aquello del servicio y el sentido del deber. “Yo, que seré el Rey, y sé mejor que nadie lo absurdo que es, no me creo nada de esto, debo continuar por el bien del país y los españoles, que es lo que me ha enseñado mi padre, el héroe del 23 de febrero”. Pero estoy plenamente convencido que en esos minutos solitarios que pasa usted cada noche antes de dormir, o cada mañana cuando todavía predomina el silencio y ningún teléfono y ningún periódico le han alterado la calma, usted se ha dicho que no hay fundamento en este mundo para justificar que se pueda ser jefe del estado sólo por ser hijo de quien se es.
Todo esto por no hablar de la ausencia de vida privada, de ese escrutinio constante en su ya algo madura existencia por saber con quien o con quien no ha pasado usted sus noches. Por no poder bañarse desnudo en Mallorca y que nadie repare en ello, por llevar siempre a un guardia civil camuflado tras del coche cuando le dejan conducir, por no poder poner una excusa como las de todo el mundo para librarse del tedio de una cena oficial. Ni siquiera puede usted decir abiertamente que es del Atleti, ese equipo tan poco monárquico y de tan poca clase, aunque todos lo sepamos. Tiene sus compensaciones, es cierto. Se conoce gente interesante, no se tiene que ocupar uno de nada para tener que comer, se tiene piscina, coches, casas de verano, las atenciones constantes de aduladores y de gente que de modo sincero quieren complacerle. Es posible hasta hacer buenos negocios en silencio. Y eso siendo honrado, que no me cabe duda de que usted y su padre lo son.
Pero a pesar de esas ventajas, estoy seguro de que usted ni cree en ello, ni le gusta. Que le gusta más esquiar y mirar por un telescopio para reconocer las estrellas. Además, la cosa va tan bien, la monarquía es un florero de tal dimensión, la estabilidad es tan grande a pesar de estos separatistas (que en parte lo son porque sus bisabuelos apoyaron otra rama de su familia), que ni siquiera cabe esperar un momento heroico como los que tuvo que vivir su padre. Que tuvo su mérito: dejar que todo el mundo lo creyera tonto para como un Claudio cualquiera llegar al trono y poner a Adolfo Suárez, para salir en la tele y decirle a los generales que con él no contaran, tener el temple de afirmar que Sofía es una gran, gran, profesional. Precisamente por todo ello, porque su padre le sacó de la cama en la noche del 23 de febrero, usted sabe de qué va el grado de sacrificio personal que significa hacer esto bien y, por ser un hombre de su tiempo, también sabe lo absurdo que resulta para su intelecto.
Haga una cosa por su bien y el de su hija recién nacida. Cuando llegue el momento, no abdique, pero fuerce que le hagan un referéndum por la monarquía. Si lo pacta con los partidos, será un alivio para todos. Se podrá marchar en silencio. Nadie mejor que usted sabe el calvario al que va a ser sometida su hija dentro de pocos meses en un mundo en que las reinas sólo son cantantes como Britney Spears, tan bajo ha quedado todo. Desde que supimos gracias a ese otro pobre que es el príncipe Carlos que las novias de los reyes también usan tampax, qué sentido tiene todo. ¿Se imagina lo que va a ser la prensa especulando en qué momento tendrá su hija su primer período? ¿Su primer sujetador? ¿Podrá evitar las fotos en bikini? ¿Su primer amor y con qué hombre se casa? ¿La educarán como a usted, en las tres academias militares? ¿La tendrán que enseñar a poner firme a los generales y, muy responsable, será capaz de hacerle saludo militar en el primer desfile en el que le pongan uniforme, como hizo usted con su padre? Un padre que se conmovió, es cierto, lo vimos en la televisión. Piense que, nada más nacer Leonor, ya han tenido ustedes que tomar la precaución de registrar su dominio en Internet. Y que ya tiene un blog. En menos de un día.
Me da la sensación de que usted es más republicano que nadie. Porque nadie puede saber mejor que ser rey, no es nada.
Suerte.
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