miércoles, agosto 03, 2005

Espejos, democracia y sentimientos


Cuando el Gobierno vasco ha planteado recientemente establecer un calendario para proceder a la transferencia de las competencias pendientes, ha hablado de la debida lealtad institucional. Pero que nadie crea que entre esas instituciones está la Constitución española, ni que la lealtad del gobierno tripartito se extiende a ella.

Joseba Arregui, artículo en El Mundo de hoy




Luis Amézaga me recrimina con cariño el hecho de que pretenda como solución para el desafío del nacionalismo vasco ponerles "un espejo" para terminar con la cuestión. Creo, Luis, que es más que un espejo. Queramos o no, por las causas que sean, la pérdida de legimitidad de la palabra España, de Madrid como centro de operaciones políticas y administrativas, de su bandera y otras tantas cuestiones simbólicas es algo más que notoria. Puede ser un drama, una derrota injusta, pero es una evidencia. Si queremos construir un país de ciudadanos debemos asumir algunos aspectos en los que el nacionalismo tiene razón (y que, como en el artículo de Joseba Arregui, no se quiere aplicar a sí mismo). A saber: a) que ninguna constitución es intocable, b) que no se pueden argumentar unidades territoriales sacrosantas (existe un procedimiento legal para escindir una barriada de un ayuntamiento y crear un nuevo municipio; es laborioso y sujeto a muchos condicionantes sí, pero existe) y c) que la ciudadanía se resume en la norma inequebrantable de un hombre (una mujer) un voto. Punto.

Sólo asumiento estos aspectos se puede recuperar la legitimidad democrática de esto llamado España, esa palabra que cuesta tanto pronunciar, y poniendo, es cierto, un espejo sobre el nacionalismo, asumir la máxima pulcritud democrática sabiendo que ellos no lo van a ser: no van a aceptar nunca un sujeto político que no sea el definido por ellos, nunca van a aceptar que Navarra diga no, nunca van a aceptar que la manera de salir de los presos sean las causas legales únicamente. Pero insisto, vamos más allá del espejo, vamos a perfeccionarnos a nosotros mismos desde el punto de vista ciudadano, la única forma de luchar contra el tribalismo y la imposición totalitaria de "ser vasco" (cambiar las letras de mi apellido aunque sea bien castellano, aprender euskera a la fuerza...) es profundizando al máximo en la esencia democrática de la convivencia. Desde el momento en que España no sea sagrada (en la mente de tantos españoles lo es), la Gran Patria Vasca, tampoco puede serlo. Y si quieren que lo sea, se quedarán desnudos.

Termino con las palabras finales de Joseba Arregui: "la verdadera democratización, sin embargo, resulta de aceptar la limitación del sentimiento de cada uno, por muy colectivo que sea, para que todos tengan sitio en el espacio público que es la democracia desde la renuncia a la pretensión de exclusividad".



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