sábado, octubre 22, 2005

Rojos


La presentación de la muerte del niño republicano con ese acento en la palabra rojo, esa otra autoproclamación de Zapatero como rojo legítimo de toda la vida, incluso me viene a la memoria aquella película de Warren Beaty sobre la revolución rusa, todas ellas no hacen más que recordarme insistentemente a Jorge Semprún: “Yo había sido un rojo español en Francia, un Rotspanier en al campo nazi de Buchenwald. No se puede abandonar esta identidad bajo ningún pretexto me había dicho siempre”. El recuerdo, la seguridad permanente de ser un rojo español, es un rasgo insistente en su obra. Cuando pisa Bayona por primera vez huyendo de la guerra, cuando sale liberado de Buchenwald, como argumento de presencia en territorio francés, como patria interior…

Rojos eran también los pequeños y amenazantes personajes de dibujos simples y burdos pero, gracias a su desgaste antiguo, entrañables como sus homólogos azules y decentes que aparecían en los viejos ejemplares que quedaban en casa de mi abuela de la infancia de mi padre: en Flechas y Pelayos el maniqueísmo de la postguerra quedaba, visto en mi primera adolescencia, entre el general de cuerpo presente y un Adolfo Suárez de aspecto juvenil, como algo de una ingenuidad tan inofensiva y graciosa que sólo con los años pude juzgar como la burla que el tiempo ejercita siempre sobre la vida de los hombres: lo que en su día no es más que propaganda cruel si se ve desde la aterrorizada perspectiva de los perseguidos, queda en los ojos de los nietos como una humorística mirada a la retorcida visión del mundo de tus abuelos.

Rojo era el libro de Mao. Rojas las banderas soviéticas. Rojos los crímenes de Stalin. Roja y joven era Pina López Gay. Rojos españoles eran quienes portaban sus distintivos comunistas en los campos de Semprún. Pero rojo, en un momento dado, mutó de su significado original de izquierda revolucionaria a símbolo antifascista. Semprún decide ser su ficha de Buchenwald (un rotspanier) toda su vida porque es el único hogar que tiene: exiliado, superviviente, comunista clandestino en la posguerra española, hablante de francés, morador del Museo del Prado, anitestalinista, compadre de Yves Montand, guionista de Zeta.

El mundo, también, se ha empapado de sangre en nombre de los rojos, pero las trampas del lenguaje y de los sentimientos, de los refugios en que los matices se depositan en las neuronas de la forma en que mi generación o, mejor dicho y perdón por lo cursi, mi experiencia generacional, los ha tenido, confieren en la memoria de algunos, por lo menos la mía, una sensación cálida a la palabra “rojo”. Nostalgia idealizada de la derrota republicana, bella como todas las nostalgias. Así, me siento rojo, un rojo español, cada vez que escucho palabras anticatalanistas groseras, me siento un rojo español cada vez que veo el PNV con las banderas al viento, me siento un rojo español cuando veo salir a las sotanas a la calle con sus púrpuras y las perlas de sus casi siempre ordenadas, eficientes y trabajadoras mujeres del Opus Dei para pedirnos que hagamos realidad el paraíso católico, me siento un rojo español con cada chiste sobre el matrimonio homosexual, me siento un rojo español con cada nueva cacicada en favor de Polanco, me siento un rojo español con cada muerto de ETA.

Rojos eran todos: socialistas, comunistas, masones, ateos, anarquistas, maricas, nacionalistas de toda índole, demócratas de cualquier pelaje… quizá por ello lo “rojo” está imbuido del sabor de la resistencia, de la indignación frente a la injusticia y el autoritarismo puro y duro. Lo “rojo” era o es, posiblemente, literaria o artísticamente más emocionante. Puede que sean rescoldos del siglo XX que se remueven en las conciencias esperando encontrar conceptos nuevos a los que sumarse con la ingenuidad de todas las mentes para abrazar cualquier idea que parezca que entraña justicia. A este liberal, que no cree ser socialista a fuer de ello, la memoria derrotada del viejo rojo le sigue generando sentimientos de esperanza y legitimidad. Este liberal se pregunta cómo poder olvidar en el siglo XXI las palabras del pasado para reencontrar la forma de reivindicar esos viejos conceptos tan contradictorios entre sí, como advertía Isaiah Berlin: la libertad, la igualdad y la fraternidad sumadas a la justicia. Hermosos como son, por ellos se han cortado cabezas y se ha teñido el mundo de sangre. De sangre roja y azul.

Actualización: la Carta del Director de Pedro Jota hoy está, y sin que sirva de precedente, bastante bien. Está dedicada al Zapatero rojo (¿Pimpinela Escarlata?). Una nota: "a veces hay que decirle al PP que no siga empeñado en intentar ganar las elecciones del 2004, tampoco estaría de más advertirle al PSOE que ya nunca podrá ganar la Guerra Civil del 36"

Technorati tags: ,