Larguísimo debate con Mapuche e Ignacio a propósito de los males identitarios de Iberia, ese fantasma que nos corroe. Debate con derivadas externas (qué bien escribes, Nacho) y retorno al hogar de Berlin Smith.
Perdido el hilo de tantas idas y venidas, alcanzada la extensión que desborda la capacidad de manejar Haloscan llegando a la incomodidad, tomo las notas que estaba escribiendo y las hago post. Qué alivio: tenía esto abandonado y aún le debo una a Generación Red.
Mapuche, más que nunca en esta conversación descubro su lado más sentimental e idealista en el mejor de los sentidos. Usted tiene fe. Fe en que el mal desaparece porque el chimpancé desaparece. Yo creo que el mal forme parte de la vida, es uno de los costes que tiene, y una de las razones de vivir, tratar de evitarlo. Usted cree que el racismo no es fascismo. Con el libro en la mano, no. Claro. Pero todo fascismo es racista. Y todo fascismo es un totalitarismo.
El totalitarismo es el mal y usted cree que Europa lo ha probado y no volverá. Tengo mis dudas. De que sea suficiente. Por una razón: los nombres totalitarismo, fascismo, etc. son definiciones para fenómenos del siglo XX, fenómenos amparados por ideas que son, en el fondo, tan antiguos como la Humanidad. El conflicto entre individuo y colectivo y los derechos y posiciones de unos sobre otros, permanecerá. Le pondremos otros nombres porque las formas y denominaciones del siglo XX no son aceptadas, pero los riesgos son los mismos.
Me regañaba un poco por el tema de Pujol. Yo decía que su idea de la lengua es filofascista, y rápidamente me defendía a un señor que es absolutamente respetable y fascinante. Se lo digo yo. Pero no deja de ser un ser humano con el defecto de ser nacionalista. Y el nacionalismo entraña una idea: la superioridad de un sustrato cultural y/o racial sobre otro. La preferencia colectiva por imponer una forma de entender "la patria" que atribuye categorías a los individuos y a la tierra para amoldarla a una idea que aspira a ser perfecta, a un mundo idílico y paradisíaco donde, por ejemplo, los catalanes serían todos catalanes en un paisaje absolutamente catalán, repleto de poemas y películas de catalanes en catalán. Ríase, pero es el sustrato final del soñador, del melancólico que echa de menos sentimientos y realidades que no ha conocido, que no son posibles y que, probablemente, nunca lo han sido. Piense que era el sueño de Franco con el castellano. El español. Su gloria, su pasado, su imperio. En su caso, por la fuerza de las armas y con estética propia de su tiempo, los años treinta, cuyo élan se prolonga hasta que fallece. En la cama.
Así que cuando Pujol habla de recatalanizar dice dos cosas: una, poner fin a una política que discriminaba de modo efectivo una realidad, que denominaré, por resumir, "la catalana". Segunda, recrear un mundo para construir una vuelta atrás teórica, una construcción del país imaginado. Es esta segunda la que entraña un componente totalitario, ese que suena a los campos de reeducación propios de los totalitarismos de izquierdas. Y tome nota de la palabra "componente", porque hay que decirlo en voz alta, Pujol no es nazi, ni el catalanismo tampoco. Pero eso no significa que entrañe ideas, en mi opinión, tóxicas. Pues "recatalanizar" significa amoldar la realidad a la aspiración de un grupo de gente como los que suelen decir "quiero vivir en catalán". Expresión terrible ideológicamente por lo que entraña: negar la realidad y obligar a los demás a amoldarse porque "yo tuve que hacerlo" y, lo que es peor, "porque existe una lengua propia" de la tierra. Son argumentos tan duros como los del falangismo. En Francia hacen todos los esfuerzos posibles para no vivir en inglés, muchos se quejan de la contaminación del castellano por el inglés y hasta del catalán. Pero el mundo es así, es imposible la pureza. La pureza, la aspiración a ella, suele parecerme sospechosa de partida.
Los integristas de la patria de todos los lados aspiran a la pureza. Pujol dice que no. Sin embargo, esto es una resignación, no una creencia. Es porque es suficientemente mayor y, por tanto, más sabio sobre la vida. Es el resultado práctico de cómo querer que sea un país y hacer que los demás lo hagan. La diferencia con el totalitarismo clásico es que no "se impone" por la fuerza o por leyes drásticas, por el seguimiento del partido único, sino por la coacción social de castigar públicamente al que tiene una visión alternativa atribuyéndole conceptos fascistoides: exactamente lo que le ocurre a Boadella. O a Arcadi. Se hace igualmente por mecanismos de uso del dinero público destinados a primar a unos grupos de presión determinados y negárselos a otros (de ahí mi fe en reducir la discrecionalidad del estado, especialmente en la cultura y en los negocios) en los que se emplean argumentos "buenistas" (proteger un idioma pequeño y debilitado) para prolongar o crear nuevos privilegios, económicos sobre todo (v.g. los acuerdos de TV3 con las productoras catalanas), de grupos reducidos con enorme prestigio social. Ay, esas subvenciones para traducir El Periódico al catalán, y Zeta tan contento. Ay, esa necesidad de escribir Catalunya cuando se escribe en castellano, a pesar de que todo el mundo te llamaría imbécil si llamaras Charles al Príncipe Carlos de Inglaterra. Que no decimos England.
Así, no llegamos a la fractura social ni al gran hermano, sino a la ingeniería social, a la ausencia de neutralidad del estado en las decisiones de los individuos y a convertir los idiomas en un factor de toma de decisiones preferente sobre la voluntad de los individuos en aspectos en los que el estado y el gobierno no tienen nada que decir (yo es que creo que hay muchas cosas en las que no tiene nada que decir). La investigación del uso del catalán en los historiales médicos es todo un síntoma de los defectos del catalanismo. Es tal la obsesión política por alcanzar la denominada "normalización", un concepto que un malvado llamaría neolengua orwellianamente pero que es lo suficientemente sutil para que no llegue a esto, en el que la aspiración final es saber hasta qué punto hemos conseguido erradicar el uso de un idioma no querido de las decisiones privadas. Peor aún: de la intimidad de las personas. Cuando un gobierno financia estas cosas ("por error", dicen) y no tiembla la sociedad entera, existe un cierto grado de enfermedad: hoy no empleamos cámaras (todavía) en cada esquina para espiar al ciudadano (mundo Orwell) pero usamos empresas de demoscopia, encuestas, estudios que pretenden medir la vida de la sociedad. Estudios para el diagnóstico y para la continuación de la acción, una acción que es fácil creer que entraña una idea totalitaria: que es obligación del gobierno de Cataluña conseguir que sea una lengua determinada la que se emplee preferentemente, principalmente, denodadamente en las relaciones personales, sean médicos o comercios. Esto se puede hacer con protestas minoritarias, básicamente por el sentido de supervivencia y aburrimiento del ciudadano: simplemente, la gente se dedica a pasar de las chorradas y adaptarse al poder porque, afortunadamente, Fahrenheit 451, no es posible. Ni siquiera es inteligente intentarlo: véase la Patriotic Act de Bush.
Decirlo nos deja huérfanos. Tomo esta palabra de Elvira Lindo, que ha explicado varias veces esta idea de soledad que supone no encontrar en tu mente vestigios contrarios a otras lenguas y culturas, no tener miedo a que la vida transcurra en catalán o serbio-croata de aquéllos que lo desean y sentir que la duda, la discrepancia, la mera crítica a estas cosas supone el repudio social/mediático:
Se trataba de decir una vez más que no todas las personas que opinamos que el nacionalismo tiende por propia naturaleza a la insolidaridad somos peligrosos derechistas, ni nostálgicos del franquismo, ni carcas, ni antiguos. Si acaso un poco aguafiestas, porque en esta España en la que los nacionalistas llevan ganando desde hace 25 años mucho más de lo que perdieron estamos aquí para recordar que nos quedamos hace tiempo sin equipo, que nadie nos quiere.Es imposible no ser tratado de facha, de pepero como insulto, de españolista borbónico y jacobino o de tardofranquista. Cuando hablamos del nacionalismo español, que yo digo que existe más fuertemente de lo que creen algunos, es cierto que, como insiste Ignacio, es una broma comparado con la sutileza de los mecanismos de creación de nación que muestran gobiernos como el gallego, catalán o vasco. Y tienen la buena prensa de ser aceptados por ser "antiespañoles" y "avanzados" en el sentido que le dábamos en la entrada originaria de toda esta conversación. Pero lo que resulta cansino es que no puedan ser juzgados y repudiados porque socialmente están justificados como muchas de las maravillas del socialismo o de las ingenuidades de política exterior del Sr. Zapatero: porque decir paz es bueno en sí mismo independientemente de no saber lo que significa, porque dar a los pobres quitando a los ricos es un sentido aparantemente natural de la justicia, porque nombrar mujeres por decreto parece una forma de que las cosas progresen. Así fer país, recatalanizar, proclamar la sociedad vasca y tantas cosas más, es creer que se hace un favor a la justicia en sí misma.
Es verdad que en el mundo hay cosas más horribles que la política linguística de nuestros pagos. Se llaman Cuba o Korea, por ejemplo. Incluso se llama Irán. O, sin ir a los extremos, Ucrania. Personalmente creo que a los nacionalismo ibéricos no españolistas les ha llegado la hora de su revisión pública de sus fundamentos y creencias con la misma severidad que los mitos que encantan a algunos de los Reyes Católicos, 1812, los tercios de España, Santiago y Agustina de Aragón que, de natural, nos suenan rancios, pero que no tienen un segundo de oportunidad ni como folclore. Me olvidaba del tambor del Bruch. Pero me pregunto si Agustina de Aragón fuera vasca, qué papel tendría en nuestras vidas.
Mapuche, me hablas de genocidio cultural del catalán. Y me parece que es un término muy afortunado para la propaganda de extrañas ideas en que se ha convertido el catalanismo reinante (o gobernante, social y políticamente). Por una vez (llevaba una racha...) el artículo de Pedro José de hoy es interesante, una glosa de Carmen Iglesias ($). Ahí se proclama "la injusticia de juzgar el pasado de acuerdo con las reglas del presente". Los cuarenta años de genocidio cultural catalán son una bella exageración de la represión sistemática de todo lo "antiespañol" atribuyendo a España en sí misma la culpabilidad de esa represión. Es el problema de la España que da gota que les decía yo, es el resultado de la atribución al todo de las partes. Franco masacró a todos: a catalanistas, masones, comunistas, librepensadores, al maquis, a homosexuales, a algunos falangistas, sindicalistas, intelectuales, demócratas y todo aquéllo que no se pareciera a su sueño, al sueño de Raza, y ahora resulta que todos los que tenemos el castellano como lengua materna, los que hemos crecido en esa España constitucional tan defectuosa pero tan sorprendemente triunfante si se tiene en cuenta el pasado, somos culpables de querer prolongar o reeditar una situación que, presuntamente, resulta insufrible: así, si el aeropuerto va mal, es culpa inevitable de España, pero si el Carmel se cae es mejor callarnos todos para que no sepamos cuán corrupta es nuestra clase política. Curiosamente, parece hasta más corrupta que la clase política "española".
Y ese, creo, que es nuestro grito, el de gente como Ignacio o yo cuando miramos las cosas que se hacen y dicen en defensa de la patria y la lengua catalanas. O de la vasca. Asombrados por la vara de medir en nombre de la restitución de lo que se dice perdido: si Frankfurt se hubiera hecho a la inversa, arderían las calles; si el gobierno español pusiera anuncios en la televisión pública para decirles a los niños que apoyen a la selección española seríamos llamados joseantonianos como poco; si hubiera una oficina de denuncias a los comercios por cometer faltas de ortografía y diciéndoles a los bares que no pongan la palabra pub porque está en inglés, los dueños de los locales harían un cierre patronal. Usted (ustedes) saben que no me opongo a regular el derecho de secesión o la libertad de elección de sector público (no creo, en cambio, en las secesiones unilaterales), por lo que considero que las sociedades deben ser libres para establecer sus relaciones de comunidad. Pero lo que es un despropósito es construir patrias cuya única diferencia con los matones del franquismo, que no es poca, es que no te meten en la cárcel ni te fusilan, pero que contemplan las mismas ideas reduccionistas de la realidad y coaccionadoras del individuo que las de esos mismos franquistas.
La falta de referencias intelectuales de calidad, un serio problema que forma parte del análisis de causas de lo que ocurre para un "españolismo" digerible, que es lo que Berlin Smith pretendía explicar con su renovado aunque reiterado análisis de la crisis de Iberia, introduce factores que favorecen en su causa a estas reivindicaciones y aspiraciones culturales donde se mezcla la normalidad y la justicia con el exceso, la melancolía, el despropósito y nuevas injusticias. De ahí que crea que es necesario otro marco jurídico para disminuir los cuentos de Calleja del imaginario colectivo y poder afrontar decisiones reales y libres sobre la convivencia. Que nunca es perfecta ni carente de costes y renuncias para todo el mundo, hable lo que hable.
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