El intérprete nos decía: "mientras el mundo continúa avanzando, nosotros sólo vamos para atrás". Lo más interesante es que estos guías de castellano lo aprendieron en Cuba. Y si existe el contraste de los contrastes en este mundo cruel, ese es el de las posibilidades de un hombre atribulado falto de mujer en la Cuba eterna y el Yemen milenario: ¿cómo es lo de regresar del ron a discreción a la ley seca? ¿a frotarse con mujeres en garitos oscuros al velo permanente? ¿de la lectura al analfabetismo?. Le ofrecimos nuestro coñá clandestino y no lo quiso probar, supuestamente en respeto a su confesión musulmana. Por eso mismo decía que su mujer no iba con la cara tapada, que el Corán sólo habla de cubrirse el pelo. Allá quedó, nosotros regresamos.
Jesús Cacho relata hoy su viaje a Yemen. Se parece al mío. También nos tiraron piedras (¿pero esa mujer por qué se puso unos pantalones cortos que marcaban nalgas y pubis como si estuviera en Varadero?) y vimos como los leves tejidos de las túnicas y pareos de nuestros acompañantes masculinos se elevaban por el simple acto de que una de nuestras mujeres les tomara la mano y aprendieran uno de los bailes frecuentes e inesperados que los hombres llevan a cabo para celebrar lo más nimio: con la jambia en alto, en círculo, con movimientos conocidos por todos y risas finales.
Sanah es único en el mundo. Y lo será hasta que la civilización penetre en un país que tiene como moto el que las afrentas se lavan con sangre. De toda la vida los turistas han sido objeto preciado de los yemenitas: los sacos llenos de dólares con piernas son objeto preciado en casi todo el mundo. Siempre ha habido secuestros: las tribus se disputan los derechos de paso de los turistas por sus territorios y eso obliga a complejos acuerdos y dineros que el extranjero nunca ve. Pero yo diría que no tuvieran miedo: vayan. Sanah no será así por siempre y es la única forma que queda para un occidental de saber cómo fue el mundo antes de que hubiera humo de gasolina y bombillas, las únicas mil y una noches que podrán contar a sus nietos. Hay un sitio que todo occidental descubre al poco de llegar en las estribaciones del zoco de la ciudad vieja. Un hotel en el edificio más alto que permite subir a su cielo y en el que el atardecer tiene un silencio y unos colores que no se pueden ver en otro sitio. Del este, del oeste, el norte y el sur, al caer el sol arrancan consecutivamente las llamadas de las mezquitas a la oración. Ellos, ellas y yo. Todos barceloneses menos servidor: nuestros corazones siguen unidos y hoy nos llamaremos para decirnos "¿has visto?" y repetiremos que queremos volver. Hace ya doce años y yo huía de una mujer.
Una nota final para su regocijo: porque la vida es maravillosa, existe Flickr. Si pinchan en este enlace se ven unas series de fotografías estupendas y se hacen una idea. Es, sin duda, el país más fotogénico que he conocido. Ustedes sabrán si se lo quieren perder. Con el atentado, los precios se van a poner por los suelos y estoy seguro de que no les pasará nada.
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