Piensen que en lengua de su majestad británica, "constipated" significa estreñido. Resulta que el juego de palabras es del todo descriptivo: enfermo y cojo, el AVE no llega nunca a tiempo ni, por supuesto, a la hora.
¿Qué pasó? El primer AVE, el de Felipe González, fue puntualísimo y el éxito impresionante de la nueva España, que no era un diario de Oviedo, sino un estado de ánimo. En el mismo año, en casa de unos conocidos ingleses, los nativos decían ante el orden, buen gusto y eficiencia de la inauguración de los Juegos "lo han hecho bien". Hago notar que lo decían entre exclamaciones de asombro. Esos ingleses no sabían que se trataba de catalanes, a pesar de Los Manolos de la clausura, una cosa que hoy se me antoja poco probable. Amics per sempre, eso sí.
Aznar hizo el AVE absurdo a Toledo (ni idea: ¿pero intentaba quitarle votos a Bono? ¿No había forma de acabar con los fondos estructurales para no dejar ni una pela?) y arrancó todos los demás que ahora se inauguran: uno se pregunta por qué se metían con Franco y los pantanos, ahora es José Luis con sombrero de jefe de estación. Pero, y partiendo de la base de que un político en activo no hace nada, sino que pone eso de la prioridad presupuestaria, todo ha ido jodido desde entonces. Nadie da una: los numeritos de Cascos están enterrados en la memoria, y las pegas pueblerinas de media Cataluña en algún lugar más hondo. Entretanto, se cayó el Carmelo.
Funciona tan bien eso de la alta velocidad española que todo el mundo quiere uno a su pueblo. Felipe, en una reedición del absurdo ibérico constante al menos desde el general gallego que estaba al mando, dijo que el primer tren tenía que ser a Sevilla porque si no, nunca hubiera llegado. Eran tiempos en los que se acaba de unir Madrid con Barcelona por autovía: la autopista sólo iba de Zaragoza a Francia pasando por Euskal Herria, que no se sabía lo que era, y por Barcelona hasta La Junquera. Hay que concederle el beneficio de la duda. Por cierto, sigue sin haber autopista a Barcelona, en un síntoma de país que ralla en lo grotesco.
Queda bien el cuento si presuponemos que todos corren tanto para cortar la cinta antes de que les voten y vean lo mucho que han hecho por sus convecinos. Por el camino, se estropeó la reputación de la ingeniería española. En el 92, nadie protestó por el detalle de que se llamara alta velocidad española. Hoy te recuerdan que es el único país del mundo en que se llama así y se presupone una conspiración malvada que sólo pretende imponer una nación. Sobre todo porque te dicen que ni los trenes ni las patentes son de Carpetovetonia: habrá que ver qué opina Talgo. Ya saben, el invento de un tal Goicoechea-Oriol. Otra parida más: si el país se llama España y recorre sus múltiples naciones soberanas ¿por qué no llamar así el servicio? El Euskotren se llama Euskotren, a pesar de que la SNCF francesa sólo habla de caminos de hierro. Están los Ferrocarrils de la Generalitat. Los británicos lo llaman British Rail. Los alemanes Deustche Bahn. Y llegamos a la RENFE: la red nacional de ferrocarriles españoles. Hubo en tiempo en que Telefónica era CTNE: ya adivinan de qué iba la ene que quitó Luis Solana. A lo mejor por eso ahora existe Adif.
En fin, que no es una novedad, pensando que en su origen era la alternativa precisamente a ese fósil incómodo que era (era) la Renfe. Me parece que la historieta, su evolución, el desparrame, la pelea irracional forman un cóctel perfecto para definirla como española: cuesta pensar que este cachondeo pueda ocurrir en cualquier otro sitio. Cito a Antonio Fraguas Forges: país.
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