El tema de conversación en mi mesa de nochebuena fueron los dos suspensos de mi sobrina. Era una buena nueva, se decía, pues esperaba mi prepúber favorita que fueran cinco. A los ojos de sus tíos, yo entre ellos, y de su querida madre, la cosa constituía un escándalo morrocotudo: nunca sus mayores por parte materna suspendieron nada y brillaron con el nombre de empollones. El padre, más laxo, quizá por su reconocida falta de dedicación a lo académico y prueba viviente de que se puede vivir y ganar dinero sin estudiar, miraba con más ternura las orejas de burra que poníamos a la sobrina poco dedicada.
La crisis era severa, pues aún y cuando ha sacado un notable en francés (milagro del que no conozco la causa y esperanza por el supuesto de que capaz la niña es), ha visto el cate en inglés y lengua. Lengua se supone que es el castellano visto como ejercicio filológico, aquél petardo del análisis morfológico y sintáctico al que tantas horas dediqué en mi correspondiente infancia y pubertad sin saber, a día de hoy, cuánto bien me ha hecho. Claro, esto no es suspender en una maría (ya saben, religión, gimnasia y dibujo en mis tiempos), es hacerlo en cosas que importan. Las matemáticas, justitas.
Curiosamente, nadie se acordó de esto de la educación para la ciudadanía. Finalmente lo trascendente - por cierto, Esperanza pone notas como las de antes, suficiente, bien y todo eso, no sé si el resto de taifas hacen lo mismo - adquiere por lo menos su visión convencional. Uno cree que como todo intento de arreglar el mundo con buenas intenciones terminará en el basurero de la atención ante lo irrelevante.
P.S.: Pero andémonos con ojo. Uno de mis sobrinos se mostró escandalizado al considerar a mi misma hermana una delincuente por bajarse películas de internet sin el que se dice preceptivo pago por el trozo de plástico que la contiene en origen. Parece ser que el enemigo no descansa y envían comandos a las escuelas a lavarles el cerebro a los peques. Fíjense que me deja asombrado con su ética: su tía no puede delinquir. Hábilmente mi otro sobrino, beneficiario de las películas que descarga su madre, solucionó la situación aclarando que si no se cobra no es delito. Se hizo la paz. Me hace pensar: tienen nueve y diez años, pero como se puede comprobar la gente se forma sus propias opiniones y criterios desde pequeñita y toma nota de lo relevante. Doce años de religión por narices en el cole no me hicieron católico de obra y pensamiento. La ciudadanía en forma de manual escolar tiene un futuro verdaderamente poco halagüeño.
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