lunes, agosto 07, 2006

Zapatero y Herrero conversan


Los dos se equivocan. Luis Herrero publica hoy un lamento sobre José Luis, el Gobernante, acusándole de haber invertido su talante, el que él - Herrero - vió o creyó ver en él y lo que parece ser la realidad. Mucho tiene que ver con las trayectorias personales de ambos. Lo cuenta así:
Por supuesto, hablamos mucho de su abuelo, el capitán Lozano, y del testamento que escribió sólo unas horas de que fuera fusilado por los franquistas: «Muero inocente y perdono. Pido a los míos que perdonen también. Mi único afán ha sido la paz de España y el mejoramiento social de los humildes». Me contó con todo lujo de detalles que los nacionales habían tenido detenido a su abuelo en el Hostal San Marcos, como a tantos otros como él, y que de allí lo sacaron para darle matarile, que era el remedo franquista del «paseo» de los rojos. «Como ese Hostal había sido lugar de cárcel para mucha gente, los veteranos del partido nunca querían que fuésemos allí. Yo y otros compañeros reivindicábamos que había que ir, que eso era un signo de reconciliación, un signo de normalidad democrática y que nunca más en España íbamos a ver un desgarro como aquel», me explicó. Luego añadió que una de las cosas que más le satisfacían de la vida política era contar con amigos que provenían «del otro lado» de aquella dramática guerra civil. Como a mí me gustaba ese discurso integrador, en el que siempre me he sentido especialmente cómodo, animé la conversación televisiva recordando que yo era hijo de un ministro de Franco, que mi abuelo también murió fusilado en la guerra, en esta ocasión a manos del bando republicano, y que el hecho de que pudiéramos estar charlando así de aquellos trágicos momentos de la historia española era la prueba palmaria de que las heridas guerra civilistas, al fin, habían comenzado a cicatrizar.
Saben que me gusta Juaristi y que suelo repetir por aquí unos versos suyos que resumen el fundamento de todas las melancolías de patrias y realidades pasadas que los presentes ni siquiera pueden recordar, porque no las vivieron. Especialmente en su conversión en actos violentos. Eran:
¿Te preguntas, viajero, por qué hemos muerto jóvenes
y por qué hemos matado tan estúpidamente?
Nuestros padres mintieron: eso es todo
Los relatos de nuestros abuelos, con sus hechos entre verdad y legendarios, conforman nuestra mente, nuestras posiciones políticas y pareciera que tuviéramos que vengar o que restituir su memoria. Trampas psicológicas de nuestra imperfección biológica. Ni Zapatero ni Herrero tienen que reconciliarse de nada: nunca se han disparado. Ni Zapetero ni Herrero son responsables de los actos de sus antepasados. Que los sesentones tengan su discurso reivindicativo o reparativo me parece absolutamente humano, en su grandeza y su miseria, pero que los cuarentones no nos sentemos a contemplar el grado de intolerancia, violencia y absurdo en el que nuestros abuelos tuvieron que tomar sus decisiones o fueron arrastrados por las decisiones de otros como quien mira por un microscopio para aprender, no tiene perdón. Es un síntoma de irracionalidad.