sábado, agosto 05, 2006

Retorno a Elsinore


En y sobre Dinamarca hubo que constuir murallas: todas las fuerzas bienpensantes se entretuvieron en el concepto "provocación" e "irresponsabilidad" para huir del asunto esencial, nuestro derecho a criticar, a criticar ideas, instituciones, principios morales, conductas, personajes públicos sin más límites que las muy simples, escasas y razonables fronteras que impone la ley. Entre esas limitaciones no se incluye la de no criticar a dios, extraño personaje del que nadie todavía ha podido probar que haya visto o le haya dado la mano. Si eso podemos hacer con una deidad, imagínense si no podemos hacerlo con sus profetas, incluso con el tan traído y llevado Mohamed.

Tan ridículo es el resultado de los "comprendedores" autoofendidos (la libertad de expresión permite criticar también las finalidades, intereses legítimos y más o menos conocimiento de los temas de quienes se expresan), que no puede entenderse que el espectáculo de ver como en la misma y wahabita Arabia Saudí un periódico tuviera la osadía de publicar las caricaturas no genera una catarara de rectificaciones: el principio esencial no es el de la responsabilidad del periódico en no provocar, máxima defendida por el diario El País, sino el derecho de todos los lectores a formarse su propia opinión, la ausencia de la soberbia del periodista que cree que tiene el criterio para decir lo que es bueno o malo para la vista de sus lectores:
La aparición del primer tabloide sensacionalista de Arabia Saudí, en diciembre del año pasado, ha sido percibida como otro signo del lento pero inevitable cambio que experimenta el país.

El diario ha publicado noticias en otro tiempo impensables sobre las bodas forzosas de jóvenes, relaciones prematrimoniales, el desempleo entre la población femenina, la prohibición oficial de practicar deporte en los colegios para las niñas y ha informado de detenciones arbitrarias por parte de la Policía.

Incluso se las arregló para sobrevivir a su acto más audaz: publicar algunas de las caricaturas danesas del profeta Mahoma que provocaron una protesta generalizada entre los musulmanes de todo el mundo a comienzos de año.

El periódico fue clausurado después de publicar las viñetas, pero el Ministerio de Información, considerado una fuerza progresista en Arabia Saudí bajo el ministro Iyad Madani, permitió que volviera a circular unas semanas más tarde con su nuevo editor, Alharbi, un escritor de cuentos breves que había trabajado anteriormente para periódicos del Golfo.

"Teníamos los permisos adecuados (para publicar las caricaturas), pero se trataba de una crisis y la gente estaba muy nerviosa, de modo que hubiese sido más acertado no meterse con eso", ha reconocido Alharbi.

El periódico dijo entonces que contaba con la aprobación clerical para publicar las caricaturas con el fin de que el público saudí pudiera juzgar por sí mismo.
El contraste con nuestro Occidente tan querido parece residir, y razonablemente cabe pensar que es así, en el hecho de que aquí mantenemos un orden, es decir, no nos atrevemos (porque el verbo poder es resbaladizo) a cerrar ni prohibir periódicos por estas causas (al menos, de momento) y, sobre todo, no pretendemos quemar ni encarcelar a nadie por haberlo hecho. Siendo cierto, considero una necesidad ser consciente de que no es gratis ni está garantizado y que conviene saber que se trata de convicciones frágiles por su poca intuitiva manera de presentarse a nuestras mentes ofendibles.

Así que vaya por delante que es muy diferente el enfoque de nuestra siempre vigilante por nosotros curia católica, que hace tiempo que dejó de quemar al disidente, y que dice y creemos que ha aceptado, la incomodidad y esplendor simultáneos de la vida en las sociedades abiertas, de la vida más o menos democrática que, con sus imperfecciones, en Occidente parecemos empeñados en perseguir. Pero aceptando esta premisa, conviene advertir que subyace en los genes de la institución romana el pensamiento de que sus propias creencias han de ser creencias de todos, por lo que la visión artística, satírica, irreverente o directamente contraria de sus símbolos, aseveraciones y extraños dogmas, no genera el debate cultural, la explicación de preceptos o la demostración de la falsedad o injusticia de los "blasfemos", sino la persecución verbal de una forma que hace pensar que todos debiéramos someternos a este pensamiento de forma obligada:
"Magos y satanistas emplean objetos religiosos para misas negras; Madonna sigue sus huellas: es el fruto marchito de la secularización"
Es decir, la secularización es un defecto digamos que poco perdonable sin el cual no ocurrirían estas cosas. Ergo, los purpurados, cabría pensar, se oponen a la sociedad secularizada y quisieran que no lo fuera: en definitiva, se prefiere no respetar la larga conquista occidental de llevar la fe religiosa separada del Estado y destinada al entorno privado. Ojo, no decimos que a la clandestinidad, que es lo que parecen decirnos cuando se insiste en mantener el laicismo de las instituciones públicas o en buscar el trato justo a la financiación de una institución que no tiene fieles suficientes como para financiarla.

Las sociedades musulmanas no suelen estar secularizadas, principal diferencia con Occidente. Llevo algunas semanas debatiendo en privado, y ahora en público, con mi amigo Sartine sobre ese interés que vienen manifestando determinadas fuerzas conservadoras en que la sociedad occidental ¿admita? ¿se someta? al reconocimiento de las "raíces cristianas" de Occidente. Tras las "raíces cristianas" se esconde, en mi opinión, el intento de reducir la secularización y pretender encontrar argumentos morales y puede que hasta jurídicos para que las leyes contemplen principios no esencialmente cristianos, sino más bien católicos o, peor aún y siguiendo mi capacidad para el verbo afilado, vaticanistas. Es decir, perpetuar el combate para que el divorcio sea algo complejo (ya que no está, de momento, en sus manos prohibirlo, mientras seguimos con la caradura del Tribunal de la Rota) y sobre todo que las leyes de interrupción del embarazo no avancen bajo ningún concepto, que las escuelas se vean obligadas de una forma u otra a que "su" religión sea materia tan científicamente evaluable como la historia o las matemáticas.

Pero la trampa ideológica de las "raíces cristianas" es algo mayor. Pareciera ser que los principios diferenciadores de Occidente son producto del propio cristianismo y no de otras fuerzas. Así, la perversión consiste en ignorar que el progreso político Occidental, con el principio básico de la separación de la Iglesia y el Estado, se hace a pesar de cuando no en contra de los defensores irredentos del poder temporal de dios en la tierra. Que lo mismo sucede con la ciencia y el pensamiento racional, algo no tan lejano y propio de los tiempos de Galileo (epur si muove, ¿verdad, Juanito?) sino de hoy mismo con las células madre. Que nos olvidamos que es la filosofía griega la que termina con el pensamiento mítico, algo que sí es genuinamente occidental y que se encuentra en sus raíces, la luz frente al oscurantismo, precisamente lo que combatimos frente a los guerrilleros de Mahoma. No es extraño, pues, que Roma se pronunciara contraria a las caricaturas danesas, en el fondo se persigue lo mismo: ahormar la sociedad en torno a principios estrictamente cerrados a la disidencia, conseguir el paraíso en la tierra al modo mahometano y al modo marxista, precisamente una tradición que ya acumula sus buenos años como para pensar que no es genuinamente occidental.

Para terminar, deshacer un error que es fácil atribuir de esta lectura: oponerse a la exaltación y plasmación jurídica de las presuntas "raíces cristianas" de Europa como referente político, no consiste en negar la evidencia de la "tradición cultural" cristiana en Europa, algo perfectamente compatible. Desde las cervezas de los monjes belgas hasta la formidable y extraordinaria obra musical consagrada a la alabanza de dios y la narración de la Biblia, pasando por la arquitectura, todos ellos son elementos inseparables de Europa. Preguntaría a algunos si la Mezquita de Córdoba lo es. Pero que no nos engañen, nuestra sociedad abierta y nuestra libertad política es producto de la lucha contra la legitimización del poder por vía divina, la lucha por la libertad de conciencia y por el retiro de los sacerdotes a donde deben estar, que es en sus monasterios y no tomando decisiones de gobierno. Exactamente lo que sucede en Irán, que se justifica en su alma chiíta y mahometana.