viernes, junio 01, 2007

Cuchillos parlanchines


Creo que el primero fue Maragall. Después Carod. Inevitablemente, también lo ha sido Artur. En algún momento de entre todos estos, fue Bono. Más o menos todos tienen en común haber sido de una forma u otra engañados por José Luis.

Seguramente, la palabra adecuada no es engañados. Es una mezcla de fraude, decepción, dosis de timo, asombro y cabreo del sorprendido en su buena fe. De Maragall y Bono sabemos que, en cierta forma, han servido fríos platos de pequeña venganza. Represalia pequeña, pero represalia. Sutiles ambos: los hombres de partido mantienen el tipo aún tirados en el arroyo.

El Príncipe debería saber que el día que no sea fuerte, serán esos cuchillos los primeros que le asaltarán para reparar la vieja herida. Fue el leit-motiv de la vida de Vito Corleone. Qué será de Sebastián en la universidad, sin saber a qué puerto dirigirse. ¿Qué es lo que le ha dicho al oído José Luis a Miguel en esta hora de descontento? Tan abrasado aparece, que la capacidad de maniobra del Príncipe para hacerlo valido tropezaría con las revueltas de sus partidarios y de los enemigos, siempre a la espera de deslices.

Estas cosas antes se arreglaban con la presidencia de una empresa pública. Unos consejitos en empresas afines. El magro sueldo de profesor puede complementarse con unas oportunas consultorías que, no me cabe duda, serán realizadas con excelente competencia técnica. Sobran Ministerios, autonomías, agencias estatales, entes públicos y asimilados para no encontrar hueco.

Pero, ¿y si José Luis falla? ¿Y si no le da cargo, prebenda, pesebre o consolación? ¿Y si el óbolo es poca cosa? Como ya se sabe que la vida imita al arte, puede ser como aquello de Bruto, tu también, hijo mío. Diantre: lo que hizo el arte fue reproducir la vida. Un coro de cuchillos que dejaron de estar afónicos.