domingo, junio 24, 2007

Generación



Acabo de aprender en la televisión que pertenezco a la generación que inventó el concepto guai y el muy superior corolario superguai. En otro sitio leí que para hacer Cuéntame con coherencia son los actores veteranos los que andan al loro (esto también lo debió inventar mi generación, decía Enrique Tierno) para que un personaje no diga guai, que no son cosas posibles en la era de la trenka mitificada y las canciones de Llach en secreto.

Soy de los que estuvo en el Calderón viendo a los Stones (los argentinos y los finos, decimos Stones, eso de Rolling siempre fue de advenedizos o de padres enrollaos) en la famosa lluvia del 82. Ya entonces se decía que eran abueletes, muy obvio en el caso de Charlie Watts, no les cuento la sensación que me produce el decrépito rostro de Mick Jagger en la televisión a fecha de hoy. Tengo un respeto proverbial por la experiencia y la edad acumulada por las personas de talento (también por la otras, pero no vienen a cuento), pero existe una cosa que se llama decadencia, cuyo ejemplo más notorio es la transformación de Paul McCartney en una abuelita de cuento.

Pero Lennon/McCartney y Jagger/Richards ni siquiera son de mi generación y me quedo turulato ante el cambio de las cosas: antes a tu abuela le espantaba el aspecto de la chica con la que querías salir y el tipo del póster que ponías en tu cuarto, el ruido de los discos en el incomodísimo mundo analógico, ese fin del mundo que hablaba un inglés primoroso. Ahora la que guarda el disco de los Stones es ya la abuela de alguien. Perdón por lo previsible: pero es que les voy a decir que ya nadie se escandaliza y que el rol irreverente de toda la ignorancia e ingenuidad de cada nueva generación, eso que sirve para depurar el mundo encanecido con el que te encuentras para reinventar las cosas de siempre (el hallazgo de toda madurez), está muerto, desaparecido o no lo encuentro... a lo mejor por viejo.

Y es triste ver que no existe una prensa bienpensante a la que le saquen de quicio unos cuantos barbilampiños quemando la memoria de Paracuellos del Jarama, la del Valle de los Caídos, la dama coja conocida como Segunda República y el vetusto aspecto de los hacedores de la Constitución española, su transición y, sin negar que el miedo existía y fue real, los relatos de abuelos recordando el taxi en el que llegaron a pactar con algún oscuro vasco, un diabólico comunista y un ultramontano ministro del régimen lo que se llamó concordia: esa tranquilidad de espíritu que respiraban Sánchez Albornoz y los otros exiliados que regresaban.

Nos toca quemar todo eso o hacernos ancianos a la espera de ver si los veinteañeros dejan de creerse que Almodóvar es un hito del siglo XX y no un escritor muy divertido que hace películas que de vez en cuando enfadan: que sea este señor el que todavía se lleve la cuota de asombro de españoles, franceses y otros consumidores de cultura a la violeta dice mucho del estado de cosas. Aunque a mí me cae muy bien y me encanta que le compren miles de entradas. Pero yo necesito ver que los mitos se derrumban.



(una ex novia mía me mirará raro y me dirá: "Berlin, tú que te pones acuoso con frases de Garci y que me quisiste conquistar llevándome a ver a Frank Sinatra..." Es que el alma y la nostalgia son cosas complejas)