Frente a la clamorosa evidencia de un gobierno que, como todos los gobiernos, miente, no contemplamos con estupor e indignación como las turbas por la libertad y el progreso tiran piedras contra las sedes del PSOE. Nadie llama fascista a Zapatero, ni a Solbes, ni mentiroso a Rubalcaba (en fin, digamos que la categoría moral del señor de las alcantarillas medida con la vara de medir que se le aplica a la derecha neoliberal, cavernaria, caduca y ultramontana, no es precisamente la de una blancura primigenia).
Sin embargo, y como todo el mundo sabe, este gobierno que no debemos merecernos sigue cambiando sus previsiones de crecimiento económico a conveniencia y cuando conviene y no cuando es consciente. Pero las proyecciones de modelos macroeconómicos bien sabemos que son gaseosa científica: decía Xavier Sala que él es economista y no futurólogo. Las malas noticias son que la esencia política del cuadro macroeconómico lo convierte en propaganda e intento de engaño a la población. Resulta irrelevante en un país donde en menor medida que en la arruinada Argentina, el vivo tiene más prestigio que el honrado.
Sumémosle la evidencia negada de negociación política y no política del señor de León con asesinos convictos y confesos. Ya sabemos que Navarra sí fue moneda de cambio después de negarse y, por supuesto, hacerse sin contar con el apoyo del resto de la sociedad: que tuviera que ser Imaz el que le dijera a José Luis que no podía sacarlo adelante sin su oposición crispadora y con mala fe, ya dice algo. Que las cosas se le cuenten en el momento oportuno al periodista de cabecera (todo gobernante, al menos español, tiene periodista de cabecera) no puede indicar otra cosa que contémoslo ahora, que luego es peor, que nos quedan cuatro años.
Pongámosle la guinda de los bucaneros somalíes y la negación de la evidencia (materia que suele coincidir con el ridículo).
Pero tenemos una mujer ministra de defensa. Aleluya.
(y sólo llevan un mes de honradez)