Esta vez las aguas eran duras, bien calcáreas. Brasas de sarmiento. Garrafó, bachoqueta y tabella. El rape, porque me dio la gana. Las gambas, también, de nuevo sacudidas al final como quien no quiere la cosa y para entretenerse a mi manera: chupando cabezas. No pongo caracoles, no los tengo a mano. Algo de tomate, sí. El azafrán de Persia me lo dejé en Madrid y los anfitriones sólo tenían de esos frascos anaranjados de colorante alimentario. La foto, si la amplían, verán que está ligeramente desenfocada, así que no pueden apreciar la soltura de mi grano: se han chupado los dedos y no han dejado nada de ese arroz de Calasparra no más alto que el ancho de mi dedo.
Paz secular. Porque en este receso pascual, uno es de los de cambio de temporada: ni pasos, ni Misterios, ni la vida de Moisés en Antena 3. Plácidamente miro el mar, contemplo un cielo despejado y, especialmente, no me alcanza ningún ruido ni vociferío. Una novela. Pensando en que esta noche pondré en la parrilla unos níscalos, algo de sepia, aliñaré una buena lechuga y me iré a dormir profundamente envuelto en mantas amorosamente cálidas. Y no soy Pla.
Mientras regreso, léanse unas notas que he abandonado en Letras que Dejan Rastro: Nocilla Dream, de Agustín Fernández Mallo. Es como leer Babel. A Mapuche creo que le va a gustar. ¿A Juanito? Yo diría que sí.
P.D.: Oigan ustedes, Albert y Granados. Como soy un vago y no quiero defraudarles con ese novelista que se pierde el mundo, vayan y provóquenme, pongan el marco de la novela 2.0. Ustedes van diciendo qué y yo escribo.
P.D. 2: Estos son cosas de la paz secular, momentos en que mi mente recupera la fe en su portador.
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