Ya se preguntó Margaret Thatcher cuando el Reino Unido planeaba su participación en la Expo qué sentido tenía una feria en la que no se vende nada. No se daba cuenta de que para ese concepto había dado con el candidato ideal y la ciudad perfecta para entenderlo: el sevillano González le puso a su pueblo un AVE y una juerga en la que era imposible fallar, sabían hacerlo. He pasado dos días en un vacío: es espectacular el cuidado que ponen los caballeros andaluces en su atuendo y en la combinación de corbatas, la elección del corte de sus trajes, la selección de camisas y la ornamentanción de cabellos y patillas. A ratos, uno pensaba que esto era una excursión de italianos.
No son desdeñables las horas de cháchara interminable de Canal Sur para hablar de nada. Platitos de jamón, fritura, queso, lomos, potajitos, todos muy ricos. Señoras embutidas en esos trajes flamencos tan favorecedores de la anatomía del deseo, paseo por aquí, caballo por allá, llamadas al movil de ilustres socios de casetas que tiran la casa y la hacienda por la ventana para invitar a un amigo y otro. Y otro vino y otro jamón, y un amigo que me hincha de vitamina B para mejor soportar las consecuencias hepáticas de tanta cortesía y felicidad. Gitanos vestidos con el mismo sentido del color de James Brown friendo buñuelos sin parar. El polvo te tiñe los zapatos, el olor a caballo y sus excrementos mezclados en la atmósfera están presentes en todo momento aunque sin saber por qué no te contaminan la ingestión de las gambas.
Mucha antropología cultural y nada más: me hubiera tenido que poner culto y recordar los festines de pavoneo y las matanzas de cerdos del Pacífico. Es todo lo que hay: una carrera de resistencia a ver quién es el más presumido durante ocho días en la que no sé por qué todo el mundo insistía en decirme que, además de no pegar ojo en toda la semana, de estrenar una camisa al día, allí se trabaja. Y en la insistencia empleaban un aire de heroismo por la proeza y de vindicación en contra del mito del cachondeo. ¿Será por esto por lo que los italianos que no vinieron, como para explicar ese temor envidioso que tienen al incremento de renta per cápita de Zapatero, dicen que los españoles somos los alemanes del sur?
Mi anfitrión, un empresario brillante, era más severo: "...y después el Rocío, y luego las vacaciones, aquí no se sabe cuándo se trabaja". Aseguraba ser "poco de feria". Me libré de los toros, también cortesía con el foráneo del que se espera que quiera conocer toda la tradición de la tierra, aunque no sea su espectáculo favorito según me dice. Sospecho que, finalmente, él y yo éramos los únicos tedeschi en tierra extraña. Acabé exhausto y deseando retornar a la paz de mi hogar para hacer estas reflexiones tan mías sobre el verdadero yugo de las percepciones e identidades de esto que en Astérix y Obélix se llama Hispania y se grita olé: mi mundo no tiene nada que ver y me relaciono mejor con los vecinos de Vic. Cosa extraña, deben sentir lo mismo.
P.D.: Claro, es una simplificación. Eso de que no se da un palo al agua. Conozco mucha gente industriosa que hace cosas verdaderamente apasionantes. Yo lo he visto, esa transformación del señorito que son los ejecutivos sureños de hoy. Pero me pregunto, por enredar, si una buena mente comercial no hubiera hecho todo lo posible por convertir el hallazgo del rebujito en toda una operación de marketing internacional a la conquista de Nueva York. Uno está seguro del asombro que debe producir en los cuarteles generales mundiales de Pepsi y Coca-Cola esa extraña combinación y el potencial de su presentación cool con un verdadero Almodóvar o Banderas taste. Es decir, elevar lo castizo a excelencia hostelera. De otra forma: una visión más francesa de la existencia, ponerle buen paño y generar divisas. Mándenme al cuerno por hacerme estas pajas mentales.
P.D. 2: Bueno, los alemanes tienen eso del Oktoberfest y seguramente tampoco sirve para nada. Fin al desgarro de vestiduras.
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