"I'm a Viet-Nam veteran". Lleva un crucifijo negro con cuentas triangulares alrededor del cuello, viste una cazadora ligera pero chocante en una mañana como esta tan frecuente en el sur de California. Tiene la edad para decir verdad de su juventud guerrera y unos ojos que saben decir misericordia. Me hago tantas preguntas al oírle que me escudriña un poco más, sospecha de mi procedencia y pronuncia con acento tembloroso un veterano cerrado en un interrogante que espera de mi ese dinero que llevo en los bolsillos. "Can you just wait till I check out?". En la habitación he dejado un vaso de plástico con decenas de centavos, en el bolsillo tengo un par de quarters pero los quiero para comprar el L.A. Times y en la cartera llevo dólares sueltos que quiero contar para llevar de recuerdo a los sobrinos: sí, me piden un billete de dólar cada uno.
La desesperación le viene de dentro forgodssake y me atraviesa el alma. Insisto en que espere. El restaurante del motel es un Denny's y decido desayunar aquí una hamburguesa repleta de grasas trans - what the fuck - en nombre de mis propios recuerdos, un brindis por tantos otros recorridos, una memoria sin valor, un homenaje a todo lo que ya no es. Un ángel me dice que vuelva a la puerta e invite al veterano a desayunar y darle veinte dólares - you made your day -, un demonio se ríe de mi ingenuidad. En la mesa del fondo tres chicas uniformadas con una camiseta de alguna tienda indescriptible hacen risas con mi veterano y dejan suponer que alguien de su cuadrilla se ha quedado con él.
Me dejan pagar la propina con la tarjeta de crédito y hago un manojo con los billetes pequeños que me quedan. Me arrepiento de no haberle sentado a mi mesa y haberle dicho que me cuente su vida. En mi mente la declaración que voy a hacerle: "I'm not going to need this anymore. I'm leaving the country". Pero el soldado se ha marchado.
Adieu. Auf Wiedersehen. Farewell. Adiós.