Aturdido como estoy con mi ruidosa vida laboral, las pestañas dan por levantarse únicamente por cosas verdaderamente insólitas: la llamada de los simios armados. Los científicos no se sorprenden porque los animalitos empleen una clase de herramientas, después de todo esto parece ser frecuente en el reino animal (así se llamaba a estas cosas en mi infancia: el reino animal). Más aturdidos están por el hecho de que sea una sofisticada manera de cazar. Nada dice la nota sobre si entre las opciones cazadoras de estos chimpancés (sí, son chimpancés, nada menos que un 98% de ADN compartido conmigo y mis vecinos) se encuentra la de espantar, herir o acuchillar hasta la muerte a otros chimpancés que pueden tener la manía de querer comerse lo que el chimpancé primero tiene como coto privado de caza.
La reacción que me parece más usual es decirse eso de lo cercano que está el mono al hombre. Más bien a uno le da por pensar que hay muchos hombres muy cercanos al mono. Mapuche es quien tiene los secretos: nos podrá decir. ¿Cabe la nostalgia anticipada por un mundo sin chimpancés? A Che Guevara, su superior y sus secuaces, les gustaba anticipar la presencia del hombre nuevo, ese experimento del que no se sabe si se espera todavía algo allá, bajo las palmeras. ¿El hombre nuevo es el que deja atrás al chimpancé? Todo depende de qué Biblia leas. La cuestión es si la ciencia ha terminado por acotar la ciencia política al marco que realmente puede abarcar: las limitaciones de ser un noventa y ocho de cada cien (por cierto, qué español resulta esto) monos. Me refiero a esos pequeños espirales en forma de equis e íes, no a una muestra de individuos. Que también.
Todos monos, todos imperfectos, todos mozos lanceros: difícil alcanzar el paraíso. Sistemas para manejar con un grado razonable de desacierto semejante animalidad, es a lo único a lo que se puede aspirar aunque no lo crea la ministra Salgado. Tengo, pues, un segundo apellido, Berlin Smith Chimp.
Con ustedes, todo un simio.
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