El flamante nuevo estatuto valenciano, pretendido ejemplo de buen hacer constitucionalista, es saludado así por uno de sus creadores: "Nuestro estatuto salvaguarda la unidad de España" (El Mundo de hoy: el enlace es de pago). Toma ya. Es del señor Camps, a quien el diario atribuye la afirmación de " que el secreto de su éxito se lo debe a Mariano Rajoy, verdadero artífice de esta propuesta". Debo confesarles antes de seguir que no me he tomado la molestia - aún - de leer esta magna obra del derecho, pero independientemente de lo que diga, deberemos juzgarlo en parte por lo que dicen sus padres creadores. Y si sus padres creadores piensan que el problema es "salvaguardar la unidad de España" como si fuera un hecho religioso, estamos apañados. ¿Es que no pueden evitar el tufo falangista?. Miren, es que soy de una generación que aunque sea vagamente todavía recuerda lo de la "unidad de destino en lo universal". Si Rajoy y el PP fueran liberales (gracias, Coase, sigan su blog), empezarían por aceptar que los individuos son libres para decidir su forma de organización, para elegir su sentimiento nacional y para optar por su independencia o no. Otra cosa es que sea racional, o absurda, o que los movimientos que la promueven escondan un proyecto totalitario, o que ser nacionalista sea algo que todo individuo bien informado deba tratar de evitar. Pero España no se puede imponer, no es cuestión de ser salvaguardada como un objeto precioso por el mero hecho de serlo, es un proyecto que debe agregar voluntades, ganarse a fuerza de votos (con modestia: lean mi propuesta de referenda), que debe respetar las formas de sentirse español y que debiera tener el suficiente atractivo ideológico para preservarnos a todos de las utopías tribales. Incluidas las falangistas semidescafeinadas de gente como Bono, Ibarra, Camps o Rajoy...
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