La hermana de Miguel Ángel Blanco resume a la perfección el sentimiento de víctimas (y no tan víctimas) acerca de la posible negociación con ETA (Época): "¿De qué ha servido tanto sufrimiento? ¿De qué ha servido la muerte de mi hermano? A los terroristas hay que derrotarlos, no hay que sentarse a negociar con ellos. Además, no quieren negociar, sino imponer sus ideas por encima de todo, y pretenderán que el Gobierno ceda a sus exigencias". Eso es, de qué serviría tanta muerte. El problema de todo esto es como aquello que advertía Marx del peso insoportable de las generaciones pasadas sobre las presentes, es decir, si no debemos centrarnos en hacer política para los vivos y no para los muertos, porque éste es exactamente el mismo problema que se da en el mundo de ETA (y de todos los terrorismos) a la hora de parar la locura: qué hacer con la memoria de los que ya no están y que justifican nuestro activismo. Y lo malo es que a los muertos no se les puede preguntar qué hubieran hecho, sólo podemos basarnos en el recuerdo de lo que fueron y opinaron para probablemente justificar nuestras propias acciones, sean justas o injustas. No, a la hora de enfrentarnos al fin del terrorismo y el mundo que lo apoya, nuestro error será basarnos en la memoria de los muertos: los muertos deben servir para no ensuciarnos nosotros en la forma en que afrontemos un problema estructural y profundo en el que es obvio que no debe haber precio político por callar las armas, pero no debe bloquearnos a la hora de asumir la realidad de las cosas que sí se tienen que hacer por los que estamos vivos. Anteponer la memoria de quienes no están y no pueden hablar es hacer lo mismo que hacen los nacionalismos: hablarnos de patrias míticas, de viejos gudaris y santos en caballos blancos que dieron su vida por nosotros y por los que debemos seguir vengando agravios. Por eso debemos derrotar al terrorismo y al nacionalismo tribal desde la democracia y el voto aunque puedan parecer renuncias políticas: un referéndum promovido por las fuerzas constitucionalistas sobre el futuro del País Vasco no sería un precio político, sería nuestra garantía política de trabajar por los vivos. Todo esto dicho desde el respeto a los que sufren y han sufrido y a la memoria de Miguel Ángel Blanco, por su claridad política y como recuerdo de lo que jamás debe ser la vida pública: el asesinato como vía de imposición política.
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