¿Por qué ese tufo a Dios, Patria, Rey? ¿Por qué tienen que defender sus ideas recurriendo a ignorantes ilustrados como Ussía (Salamanca) y a esa iconografía nacional católica, de inevitable recuerdo guerracivilista? ¿Por qué en sus manos no podemos evitar pensar que la bandera española es un arma sangrienta contra el disidente? Por qué, si son capaces de desarrollar una espléndida argumentación democrática a su oposición al matrimonio homosexual (otra cosa es si la compartimos o no), una explicación serena, no agresiva, un verdadero caballo ganador de la comunicación si está bien llevada y verdadero erosionador de la mayoría gobernante, por qué, digo yo, no son capaces de transmitirlo. Resulta que los conservadores españoles serían verdaderamente homologables con los otros conservadores del mundo civilizado. No sería la opción liberal a la que se aspira desde esta página, pero sería una opción que dejaría tranquilidad democrática.
Miren, son capaces. Reproduzco el texto de Cristina López Schlichting, periodista, en la manifestación de ayer y que hoy regoge El Mundo:
Las personas deben tener relaciones con quienes quieran y como quieran, faltaría más. Yo saldría a la calle para manifestarme en contra si alguien pretendiese legislar ese campo. Pero el matrimonio es la garantía de la perpetuación social, por eso se define como la unión libre de hombre y mujer, con tendencia al compromiso estable y apertura a la vida. La presentación del «matrimonio homosexual» como un derecho es una falacia, porque se pueden regular las uniones homosexuales de mil formas diferentes.Por ejemplo, acaba de hacerse en Suiza, con la equiparación de todos los derechos, pero sin adopción, y sin que el resultado tenga que llamarse matrimonio. ¿Por qué, en cambio, condenarnos a hombres y mujeres a casarnos sin que la diferencia sexual entre cónyuges, tan importante para el niño, tenga protección jurídica alguna? No se entiende que la regulación de uniones homosexuales tenga que hacerse a costa de la modificación de las características esenciales del matrimonio y, por lo tanto, de la conculcación de otros derechos. Como ha dicho la senadora socialista Mercedes Aroz: «Esta alteración implica debilitar la institución más importante de la sociedad, y no parece que convenga a la sociedad en su conjunto que se debiliten instituciones jurídicamente consolidadas que son su propio cimiento». España se adentra con esta ley en un camino sin precedentes en la Historia de la Humanidad. Ni en las épocas de mayor generalización y aceptación social de la homosexualidad, en el mundo clásico, donde se consideraba más noble la relación con un efebo que con la propia mujer, se pensó en convertir en matrimonio ese tipo de relaciones, sencillamente porque todos consideraban a la familia como garantía de futuro social y núcleo reproductivo y educativo. Sólo dos países minúsculos en el mundo, Bélgica y Holanda, han aprobado los matrimonios entre personas del mismo sexo, y ambos con reservas. La literatura sobre las consecuencias en los niños de la relación con padres del mismo sexo es escasa y muestra signos alarmantes (Golombok y Tasker, autores del único estudio longitudinal sobre niños, encontraron un 25% de homosexualidad entre ellos cuando se convirtieron en adultos). Amplios sectores de la socialdemocracia europea, incluido el partido de Lionel Jospin, se oponen a esta medida.¿Por qué entonces se precipita Zapatero, máxime faltando consenso social en una discusión tan delicada? No sé contestar a esta inquietante pregunta.
A mí, personalmente, no me alarma nada de lo que dicen que les alarma, básicamente porque de modo subyacente persiste la condena moral de la homosexualidad, pero debemos admitir que es una argumentación respetable y elaborada de modo impecable.
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Miren, son capaces. Reproduzco el texto de Cristina López Schlichting, periodista, en la manifestación de ayer y que hoy regoge El Mundo:
Las personas deben tener relaciones con quienes quieran y como quieran, faltaría más. Yo saldría a la calle para manifestarme en contra si alguien pretendiese legislar ese campo. Pero el matrimonio es la garantía de la perpetuación social, por eso se define como la unión libre de hombre y mujer, con tendencia al compromiso estable y apertura a la vida. La presentación del «matrimonio homosexual» como un derecho es una falacia, porque se pueden regular las uniones homosexuales de mil formas diferentes.Por ejemplo, acaba de hacerse en Suiza, con la equiparación de todos los derechos, pero sin adopción, y sin que el resultado tenga que llamarse matrimonio. ¿Por qué, en cambio, condenarnos a hombres y mujeres a casarnos sin que la diferencia sexual entre cónyuges, tan importante para el niño, tenga protección jurídica alguna? No se entiende que la regulación de uniones homosexuales tenga que hacerse a costa de la modificación de las características esenciales del matrimonio y, por lo tanto, de la conculcación de otros derechos. Como ha dicho la senadora socialista Mercedes Aroz: «Esta alteración implica debilitar la institución más importante de la sociedad, y no parece que convenga a la sociedad en su conjunto que se debiliten instituciones jurídicamente consolidadas que son su propio cimiento». España se adentra con esta ley en un camino sin precedentes en la Historia de la Humanidad. Ni en las épocas de mayor generalización y aceptación social de la homosexualidad, en el mundo clásico, donde se consideraba más noble la relación con un efebo que con la propia mujer, se pensó en convertir en matrimonio ese tipo de relaciones, sencillamente porque todos consideraban a la familia como garantía de futuro social y núcleo reproductivo y educativo. Sólo dos países minúsculos en el mundo, Bélgica y Holanda, han aprobado los matrimonios entre personas del mismo sexo, y ambos con reservas. La literatura sobre las consecuencias en los niños de la relación con padres del mismo sexo es escasa y muestra signos alarmantes (Golombok y Tasker, autores del único estudio longitudinal sobre niños, encontraron un 25% de homosexualidad entre ellos cuando se convirtieron en adultos). Amplios sectores de la socialdemocracia europea, incluido el partido de Lionel Jospin, se oponen a esta medida.¿Por qué entonces se precipita Zapatero, máxime faltando consenso social en una discusión tan delicada? No sé contestar a esta inquietante pregunta.
A mí, personalmente, no me alarma nada de lo que dicen que les alarma, básicamente porque de modo subyacente persiste la condena moral de la homosexualidad, pero debemos admitir que es una argumentación respetable y elaborada de modo impecable.
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