¿No era sospechoso el hecho de que un político desconocido que gana un congreso por los pelos caídos de otros, que lo único que ha hecho en su vida es ser político (es decir, que no ha trabajado como una persona normal, ni sabe lo que es sacar adelante un negocio, ni siquiera se le conoce un expediente académico glorioso o un pasado de heroica lucha sindical) pudiera ser primer ministro de un país más o menos puntero como España? ¿No era sospechoso que su asesor económico tuviera que explicarle lo que es el PIB antes de comparecer ante los medios (y cantó, aquello de "en tres tardes...")? ¿No eran definitivas las tonterías sobre la relación con los EE.UU? El no de Francia deja a Zapatero desnudo, ahora ya sabemos que es un incompetente que tuvo un golpe de suerte que se ha terminado: el alineamiento de política exterior basado en el ñoñerío de las buenas intenciones, de las palabras bonitas y los tópicos utópicos, el qué bonito es ser europeo (como si uno no lo fuera si no es socialista o discrepa de la forma de concebir Europa o la relación con el mundo anglosajón), se tropieza ya con la cruda realidad: no se puede renunciar a la defensa de los intereses nacionales para apoyar la agenda política de otros. Y menos si se hace por ideas vacías cuando esas agendas rivales están basadas en intereses reales como la vida misma (que son legítimos) y no en las buenas intenciones del dúo Zapatero/Moratinos (que es evidente que no conocen o no priorizan los verdaderos intereses nacionales). Ahora Zapatero se verá obligado a pelear a cara de perro por los intereses españoles de la forma en que lo hizo Aznar o a caer en el más espantoso de los ridículos. Y eso sin recordar la Alianza de Civilizaciones, ese intento de jugar como estadista internacional en plan Tito y no alineados que sólo produce carcajada. Aznar, con sus errores, jugaba en primera división. Éste, no pasa de la liga de fútbol sala.
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