viernes, abril 21, 2006

Pausa. Susurro para un hombre de pago.



No sólo de una bitácora vive el bitacorero. Tiempo ha, y ya ha pasado el bastante como para cumplir la promesa, topé en mis viajes digitales con una experiencia seguramente inédita: escritora casi novel promueve su libro recurriendo a su blog, al buzz (perdonen el palabro moscón y anglosajón, pero son los tiempos que vivimos y la lengua se la hace uno) y a la sencilla propuesta del toma y daca: yo te regalo mi libro a cambio de un comentario en tu página una vez leído. Diez éramos diez los elegidos y nadie sabe como ha sido, pero prácticamente soy el último.

Hace cosa de dos veranos me dió por pasar las vacaciones en Irán: se lo recomiendo vivamente, gran experiencia, algo que no tiene aparentemente nada que ver con un Un Hombre de Pago, que así se llama el relato de la promesa, si no fuera por un recuerdo de ese tiempo que, entiendo que ustedes así lo esperan, sí tiene que ver. Seguro que para Neus Arqués, la escribidora, lo tiene: espero que me lo diga aquí, en estos comentarios que me dejan y que me sigue sorprendiendo que haya gente que quiera hacer.

Todos ustedes, que leen los periódicos y han vivido en el intermedio del siglo XX y el XXI saben de un país como Irán, la legendaria Persia de Ciro, Darío, el culto a Zorastro y las uvas de Shiraz. Un país donde, para horror de nuestras costumbres, las mujeres deben obligatoriamente cubrirse el pelo y el cuerpo en cumplimiento de una dura interpretación de la tradición musulmana. Ese interesante país en absoluto bárbaro (créanme, una tierra sofisticada en sus tradiciones) lo es por algo más: la tensión entre el orden constituido por los clérigos religiosos y el cuestionamiento de las reglas por la mutación sutil de sus principios: de la negrura del atuendo exterior que cubre a casi todas las mujeres de más edad, o menos educación o menos renta, y la recuperación del color de las más jovenes, el pelo que asoma hasta la mitad más o menos justa de la cabeza, una declaración de principios sorda y palpable.

La tolerancia en el vestir se vuelve, les decía, un tanto flexible, más para las pocas occidentales que se atreven a recorrer un país semiproscrito. Por supuesto, siempre y cuando no se produzca la ruptura del código: el cabello debe cubrirse, el cuerpo no debe mostrarse. En algún lugar leí acerca de una mujer occidental de cierta edad que comentaba el mayor o menor grado de tolerancia hacia el código de vestimenta del visitante, al que quitaba importancia en su caso. Seguramente con sabiduría, indicaba: "a cierta edad, las mujeres nos volvemos invisibles". El rígido código de vestuario musulmán pretende alejar a los hombres de cualquier tentación carnal y, dicen ellos, dar más libertad a las mujeres al no ser objeto de deseo. A cierta edad, entonces, y se supone que la biología lo ha hecho así, los hombres siguen menos con la mirada a las mujeres y se espera que las deseen menos, destino ingrato el de la humanidad.

Traigo esta excesivamente larga introducción a colación porque cuando leí acerca de las intenciones de Neus en lo primero que pensé fue en ese razonamiento de mi viaje iraní. Quizá porque me quedé pensando sobre ello un poco aturdido por la obviedad de lo masculino. Neus dice preocuparse de la invisibilidad de la mujer madura en lo que se refiere a su vida afectiva (afectiva: la suma del amor y el sexo, juntos o separados). Y dice también en alguna solapa o en algún resumen que no recuerdo ahora que le gusta atender y fijarse en las conversaciones de hombres y mujeres: entonces me sobrevino otro recuerdo, el de los guiones de Norah Ephron, la guionista de When Harry Met Sally (y de otros pasteles y otros aciertos) quien suele dialogar estupendamente las conversaciones sobre relaciones entre hombres y mujeres, las que tienen entre sí, con y de los otros.

Un hombre de Pago es casi una larguísima conversación de unos pocos personajes que buscan el amor - el tema eterno - y como en toda trama dedican su tiempo a superar los obstáculos que tienen para alcanzarlo. Unos lo encuentran, otros no. Como en la vida. La novedad que evidentemente resalta en las reseñas y en la historia - que no hacen tan evidente o puede que encubran la intención real, la invisibilidad de las mujeres al llegar determinado tiempo - es que el viaje de dificultades lo marca el recurso a un gigoló (¿se puede decir prostituto? ¿puto es una palabra sólo para chaperos, un término que se ha tenido que crear ante la inexistencia en el diccionario de un equivalente castellano al de ramera?), crisol de la historia, personaje capturado por su propia capacidad de seducción y que sostiene dos relaciones con dos mujeres de diferente circunstancia.

Repetiré una constante de todos los lectores que hemos sido premiados: la sencillez de lectura. Añadiré una cosa que ya le he contado a Neus: qué buena historia tiene para convertir en guión de cine o hasta de serie de televisión. Neus describe conductas y diálogos, poca introspección de los personajes. Sant Jordi ya está aquí. Vayan si pueden a ver a Neus, sean curiosos y cómprenle el libro para juzgar ustedes mismos que siempre es lo mejor y cuando se lo firme díganle que Berlin Smith les mandó. Ahora, que todavía no nos conocemos de nada.